18 de Marzo del 2024

Amlo y el milagro de la diplomacia

Por Fernando Montiel T. / /

interior hades

La visita de Andrés Manuel López Obrador a los Estados Unidos parece haber logrado un milagro: la coincidencia entre sus partidarios y sus detractores.

De algún modo, los comentaristas, analistas, especialistas y observadores de la realidad nacional junto con el resto de las etiquetas que utilizan para definirse las figuras visibles en uno y otro grupo, coinciden en que lo que ocurrió en Washington cumplió con sus expectativas. ¿Cómo? No es muy claro, pero pareciera ser que ambos grupos están de plácemes.

Por una parte, los detractores del presidente, de su partido y de su movimiento leyeron en la visita el desastre que no sólo vaticinaban, sino que incluso añoraban: para ellos, López Obrador se humilló y lo humillaron, se mostró genuflexo, débil y lambiscón. Con estos elementos construyen sus baterías argumentativas y con esa convicción se repiten a sí mismos: “lo ven, estábamos en lo correcto: es un perdedor”

Pero por otra parte están los partidarios del presidente para quienes la primera salida al extranjero de López Obrador fue un éxito diplomático. Para ellos, el líder de la llamada Cuarta Transformación se mostró como un estadista capaz de un trato de iguales ante un titán, capaz de seguir protocolos diplomáticos a la perfección y capaz de entregar una alocución sencilla, sensata y sensible con mucho fondo, con mucho contenido y con mucha dignidad.

¿Cómo es esto posible? La realidad es que no lo es; la realidad es que ese milagro de la diplomacia no es más que una ilusión.

Existen dos posibilidades. La primera es que, si ambos grupos son sinceros en sus apreciaciones, entonces es claro que al menos uno de ellos no sabe leer procesos políticos, y que sólo ve lo que quiere ver y entiende de la realidad lo que quiere entender, tenga fundamento o no; sólo así se explicaría que aplauda algo que a todas luces le resulta desfavorable. La segunda posibilidad es que ambos grupos entienden bien de procesos políticos y que uno de ellos esté muy consciente de que se equivocó, de que su pronóstico falló, de que no ocurrió lo que esperaba. En este escenario, ese grupo no reconoce su error, por orgullo, por arrogancia o por estupidez, y entonces trata de escapar hacia adelante manteniendo su posición sin importar que lo único que consiga es, en los hechos, hacer el ridículo por su terquedad.

Por principio del tercero excluido no hay más opciones. Yo veo más detractores del presidente reconociendo —así sea a regañadientes— que lo hizo bien, que seguidores de López Obrador lamentándose de que lo hizo mal. Y aquí las divergencias afloran de nuevo. Uno de los dos bloques sabe en su fuero interno que está en el error, y que puede poner buena cara al mal tiempo, esperando que funcione para despistar. A esos simuladores —porque son simuladores los que aparentan una cosa cuando creen, piensan o sienten algo más— habría que recordarles que es posible engañar a todos poco tiempo, y a algunos mucho tiempo, pero que es imposible engañar a todos todo el tiempo.

Personalmente, yo creo que lo hizo bien, muy bien.

Puebla GOb

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