William Golding publicó en 1954 su libro "El Señor de las Moscas" en el que relata la historia de unos niños que, tras sobrevivir un accidente aéreo en una isla desierta, solos y sin ningún adulto que les ayude, tratan de organizarse para vivir.
En estos días de pandemia, y a dos años de un nuevo gobierno, la isla podría ser Puebla y los niños los poblanos, quienes al verse huérfanos de súbito por el accidente de un helicóptero han hecho lo mismo que los niños en la novela: esfuerzos incipientes de organización, haciendo lo único que el régimen local anterior les enseñó a hacer: callar y obedecer.
Pero en la novela de Golding, la ausencia de una estructura legítima y efectiva de control social termina por diluir la esperanza de los personajes: pronto, la civilidad residual a la que se afianzaba esa esperanza desaparece y cede su lugar a la mezquindad, a la furia y a la crueldad.
En Puebla la población opera en automático, siguiendo los dictados de una obediencia residual que ya se ha comenzado a desgastar; las tensiones jalan en una y otra dirección.
Por una parte, la estabilidad encuentra asidero en la apatía política de casi cuatro décadas de una población conservadora que, tras las movilizaciones de los sesentas y las matanzas de los setentas, desde los ochentas ya no quiso saber nada de confrontaciones con el poder. A abonando a esa estabilidad, además, la pedagogía de la represión oficial del gobierno local en los últimos años: entierro, encierro, destierro...
Pero por otra parte, está la pandemia generando estrés social y económico, es decir, inestabilidad política. Está eso y una población que, ante el desgaste de la obediencia residual, comienza a asomar la cabeza: no ve nada, no ve a nadie y ante tal omisión de autoridad comienza a tomar libertades contra la lógica de prevención epidemiológica y contra la ley, pero acorde con sus necesidades inmediatas: cafeterías y loncherías abiertas y con mesas disponibles, centros comerciales operando con total normalidad, comerciantes informales haciendo lo que saben hacer. ¿Y enfrente qué hay? un gobierno estatal cuya voz se escucha cada vez más débil y cuyas acciones se hacen sentir cada vez menos: un gobierno que habla sin que nadie lo escuche y que hace sin que a nadie le importe. Un gobierno pues, ya en franca retirada en apenas el segundo de sus seis años de vida.
Los niños en la novela de Golding empezaron como los poblanos de nuestros días: portándose bien, tratando de ser civilizados. Pero ante la ausencia de la autoridad degradaron hasta caer en el horror de buscar cortarse la cabeza entre sí para colocarlas sangrando sobre estacas como hicieron con la del cerdo, ¿cuál cerdo? el cerdo salvaje, ese al que bautizaron El Señor de las Moscas.