27 de Abril del 2024

Fiel y leal ¿A mí mismo?

Por Rolando Ochoa Cáceres / /
Fiel y leal ¿A mí mismo?
Foto: Especial

panza identifi

Creo que no es arrepentimiento pero es que me di cuenta que perdí más de una década de mi vida padeciendo aquello que en realidad no tenía nada que ver conmigo. Recuerdo haber hecho todo lo posible por querer ser apreciado y/o amado. Recuerdo haber cedido a mucho y también recuerdo haber vivido todo aquello que, considero, no era para mí, es decir, me coloqué en una vida que no me correspondía.

No quiero contar más sobre mis relaciones (que ya de por sí lo he contado de más) pero recuerdo que una de mis ex parejas, al finalizar nuestra relación, me dijo que me mantuviera leal a mí mismo.

Ya en retrospectiva me doy cuenta que sí, perdí más de una década fingiendo ser quien no soy pero también tuve la oportunidad de aprender y darme cuenta que vale demasiado la pena ser fiel a uno mismo.

Creo que esas palabras, lealtad y fidelidad, tienen demasiada energía que no debe confundirse en ningún momento con sobajamiento o con aguantar cualquier cosa.

No es nada errada esa frase que dice que primero debemos amarnos a nosotros mismos para poder amar a los demás. En ese camino del amor se pasan por muchísimos eventos que tienden a dislocarnos y también a fortalecernos. Demasiadas pruebas se ponen frente a nosotros y ahí mostramos también nuestra capacidad de amar.

Desde niños se nos colocan muchísimas capas, máscaras, filtros y crecemos con una idea un poco trastornada de lo que somos o de quienes realmente somos y aun cuando en libros y en televisión y en películas se nos insiste a amarnos y también a ser fieles a nosotros mismos, parece que se nos olvida vaya a saber uno por qué razón.

Pienso que tanto la fidelidad como la lealtad van muy ligadas a la honra y a la honestidad. Aquello que es honroso y honesto como virtud y también nos encamina, de una o de otra forma, a descubrir la verdad en todo aquello que es bueno. La lealtad como respeto y la fidelidad como firmeza. Ambas palabras, siento, nos alejan de la necedad que es en sí un mal hábito que claro está, dibuja una larga distancia hacia la verdad. De ahí que, tanto lealtad como fidelidad como mencioné anteriormente no tienen nada que ver con soportar ni con aguantar ni con ser sumiso.

Si yo hubiera tenido la virtud de serme leal en mis principios y valores y de serle fiel a mis ideales y a mis sentimientos (sin caer en la terquedad), seguramente esa época y unos cuantos años más hubieran sido sumamente distintos.

Creo que todos los que me conocen de alguna manera saben que si hay algo que no soporto en esta vida (por muy zen o paciente que pueda llegar a ser) es la mentira. La mentira daña demasiado, hiere y si imaginamos el dolor que nos provoca que la gente nos mienta hay que también incursionar en imaginar en el dolor que nos provocamos al mentirnos a nosotros mismos. Por eso no es nada desorbitado decir que lealtad y fidelidad nos suponen en la honestidad y en la virtud.

La mentira entonces se coloca en todo aquello que es desleal e infiel y sus mecanismos nos esconden la verdad y por lo tanto ocurren dolores e injusticias. Por eso que cuando se descubren las mentiras nos ocupa la tristeza y nos preguntamos siempre el por qué de las cosas.

Más de una década viví imposibilitado para darme cuenta que era imposible pedir fidelidad y lealtad en los demás si yo me era infiel y desleal. Nada más acertado que aquella frase que dice que en todo momento escuches a tu corazón. Puede sonar cursi y también para algunos suena incluso ridículo pero, en la introspección y en la retrospección me di cuenta que en momentos clave siempre en mi interior ocurrieron cantidades inimaginables de señales que decidí pasar por alto. Donde el corazón dicta hay que ir pero también hay que saber escucharlo.

Hay muchísimas frases e imágenes que se burlan del actuar emblemático del corazón sobre la razón y pareciera que es así pero ¿no creen que es errado pensar en esa batalla cuando ambos en su naturaleza están en la virtud, en lo divino, en lo correcto?

Cuando nos hiere una persona el corazón manda señales de defensa, de alerta o de cobijo, nos hace sentir vivos y la razón nos significa esas emociones. Decimos que perdonamos con el corazón pero no olvidamos y eso también es correcto porque ¿por qué olvidar aquello que nos hirió si eso mismo nos lleva a un aprendizaje?

Cuando esa ex novia me dijo aquella frase de que no me permitiera ser desleal o infiel a mí mismo no sólo me estaba dando la razón de aquello que siempre pensé y sentí desde que la conocí que era el no estar con ella, también me dijo algo sumamente importante, puedo renunciar al mundo pero jamás debo renunciar a mí mismo.

Por eso que cuando cedemos a las mentiras, creo yo, nos damos la espalda a nosotros mismos. Por eso las más de las veces se repite la historia de que relaciones que viven con mentiras tienden a romperse totalmente, que es difícil perdonar la primera mentira y que desde ahí nada es igual porque todo ha cambiado para mal. Se puede dar el caso contrario, por supuesto, pero creo que muchos nos hemos sentido en el abismo por perdonar aquello que nuestro corazón y nuestra razón nos manifiestan como injusto.

Así que cuando esa relación terminó por romperse, aquella tarde, no únicamente me sentía mal por lo que representaba sino porque había sido partícipe de un acto injusto que fue el vivir casi cinco años con una persona a la que realmente no amaba, era yo mentiroso y por lo tanto, nada honesto. De ahí surgieron otros problemas devenidos del rencor, de lo traumático del ego y así fueron continuándose otros años para hacer la década y unos pocos más para darme cuenta.

Todos en esta vida tenemos el derecho y creo que también la obligación de conducirnos de manera fiel y leal, en principio con nosotros mismos y después para los demás. Eso pareciera una máxima budista, si quiero el bien para mí, por qué no lo querré para los demás. Creo que pensarlo así nos puede ayudar a enderezar nuestra vida.

ANTERIORES

Publicidad