26 de Abril del 2024

Sin ataduras… amar con libertad

Por Rolando Ochoa Cáceres / /

panza identifi

- No es necesario crearnos ataduras- me decía Luna mientras desayunábamos un omelette vegetariano que habíamos preparado juntos.

Mientras tomaba té y la observaba, ella me platicaba de aquello a lo que no quería volver, aquello que no quería volver a vivir. Las ataduras no están dentro del plan ni mucho menos el forzarnos a vivir aquello que no aspiramos.

Tiempo atrás hablamos de la importancia de tener amigos y también de la importancia de conocer gente nueva. Probablemente, si tuviéramos menor edad, el arrebato y los celos se hubieran suscitado, se condicionaría la relación y se andaría tentando el error. Desde la perspectiva de los 30s y tras pasar ciertas relaciones que fracasaron pero que fueron sumamente provechosas para la experiencia, nos hemos dado cuenta que también amar a la persona con la que queremos estar es también amar su libertad, nuestra libertad.

Hace un tiempo yo tenía la perspectiva, la visión y el ideal de que tener una pareja implicaba hacer mi vida desde y con mi pareja. De ahí que a veces podía confundirse la relación con posesión y entonces las ataduras parecían irrevocables. Y de alguna forma, con las parejas que tuve, mi vida frecuentaba el hartazgo y también la nula conexión conmigo mismo.

Hace unos diez años tenía la oportunidad de irme a vivir a Argentina. Ya había platicado con mis padres sobre el hecho de hacer mis estudios de posgrado en Buenos Aires, ellos contemplaron los ingresos con los que contábamos y mi madre se puso en contacto con una amiga suya para conseguirme un departamento en renta cercano a la universidad. Incluso mis papeles ya estaban en regla y sólo faltaba subir al avión y emprender aquella aventura. Cuando se lo comenté a mi pareja de aquél entonces me dijo que no era el momento idóneo para nuestra relación como para sobrellevarla a distancia y que mejor la esperara un par de años, en lo que se titulaba, para irnos juntos.

Tomé la decisión de no irme ya que a mis veintitrés años mi apuesta de vida estaba más en mi pareja que en mi camino profesional. Mis padres no aplaudieron mucho mi decisión pero la respetaron y años después, al separarme de ella, mi madre me recalcó mi decisión pasada. Pensé y mucho me recriminé el no haber seguido mi meta y llegué a pensar que hubiera sido mejor idea terminar con esa relación desde la distancia que sin ella.

De igual manera ocurría con las amistades o con la gente nueva que podíamos conocer. No únicamente era una cuestión de celos sino también de control. Ella me dictaba a quiénes podía frecuentar y por otro lado yo aceptaba a quienes ella deseaba frecuentar. Mis cumpleaños solía odiarlos ya que ella, aun cuando no quería estar conmigo, permanecía a mi lado enojándose por la buena vibra de mis mejores amigos e incluso, en una fiesta, uno de ellos a tono de broma le preguntó que quién le caía peor y ella, muy seria, contestó que todos le caían terriblemente.

Una ocasión, al llegar a la casa en la que vivíamos, la vi enojada. Le pregunté que qué había sucedido y me enseñó mi diario abierto (sí, en aquella época escribía diarios). Comenzó a compararse con lo que yo había escrito. Leyó mi pasado y le disgustó que no escribiera mis emociones desde que estaba con ella de la misma forma en como lo había hecho antes. Me dijo que en mi vida no era necesaria la escritura de mi pasado, que mis diarios podían hacerle daño y de un momento a otro, agarré todas mis libretas y después de romperlas, las tiré a la basura. Esas hojas contenían años de momentos que me significaban demasiado e intentos de escritura y al romperlas, no sólo supe que estaba cometiendo un error sino que también estaba dándole poder a quien quería únicamente poseerme a su voluntad diciéndome que me quería o que me amaba.

Así que durante muchos años viví un tanto aislado, mis viajes no se concretaron porque los pensaba en pareja y, aun cuando no estábamos casados, a mis pocos años ya tenía “responsabilidades” inventadas.

Al separarnos, de alguna manera, yo adopté sus actitudes y por el miedo de perder a mis parejas siguientes, actué desde la forma más insoportable, es decir, sin aceptar mi libertad ni mucho menos la libertad de otros. Me volví juez incontrolable y buscaba constantemente el ideal de relación con el que había vivido antes ¿era justo para mí y para quienes me rodeaban?

Así que mientras Luna me decía que no era necesario crear ataduras, pude observar aquél pasado que jamás escribí en ningún diario.

Pude notar y contemplar que Luna y yo nos visualizamos en un rumbo similar, es decir, amando nuestra libertad de ser, de estar en este mundo y en esta vida que parece ser cada vez más breve.

El amor en pareja, me parece, no debe estar sujeto a condiciones ni restricciones, no debe ser ni seguir un orden ideal, no debe ser ni prisión ni sometimiento. Creo que más bien es la libertad acompañada y la celebración de la vida de uno mismo y la del otro. Es el celebrar encontrarse en esta vida y en este mundo.

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