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Lunes, 01 Julio 2013 01:08

Las zavalísticas señales en el gran final de Enrique Agüera

En el cierre de campaña del candidato priista de la alianza 5 de Mayo no hubo visiones cabalísticas. Más bien hubo señales zavalísticas, recuerdos de una elección fallida que se repiten nuevamente

Por : Edmundo Velázquez / @mundovelazquez

Hay un penetrante aroma a coincidencia en el cierre de campaña de Enrique Agüera. Comparte con Javier López Zavala, el último candidato fallido del PRI, la música de banda sinaloense cortesía de Luis Antonio López, “El Mimoso”; como ocurrió con López Zavala, Agüera contó con todo el respaldo y peso de la dirigencia nacional del tricolor; como ocurrió con López Zavala, Agüera cierra campaña con el irremediable lastre que se ha vuelto el fantasma de Mario Marín Torres.

A eso se suma la peor de todas las señales: Joan Sebastian, el artista de lujo con que la alianza 5 de Mayo usa como carnada a la masa, le dedica su tema: “El Perdedor”.

Con la presencia del ídolo de Juliantla, el candidato de la alianza 5 de Mayo se vuelve un gran telonero, se torna en un trámite obligado que los admiradores del rey del jaripeo deben de pasar para escuchar gratis, para cantar a todo pulmón más de quince éxitos del orgullo guerrerense.

Para colmo, ni en su cierre de campaña Agüera encuentra el arrojo suficiente. No encuentra la contundencia del buen orador o el sutil golpe de un elegante discurso. La adrenalina, la ansiedad, la voz quebrada opaca de repente todo lo que pudo haber tenido a favor: la movilización, la dirigencia del tricolor, la familia perfecta.

Pero el cierre de campaña del abanderado a la alcaldía de Puebla sabe a otro evento más, su discurso jamás evolucionó. Hoy grita a miles de poblanos reunidos en el zócalo lo mismo que dijo en una reunión con vecinos de San Pablo Xochimehuacán, el mensaje idéntico a cenopistas en San Baltazar, lo proferido todos y cada uno de los días en camuflajeó el traje de rector con un playera de candidato priista.

Mucha ropa

Las once de la mañana en punto. Desde El Carmen desciende “la estructura priísta”, camiones de todas las rutas de transporte dejan a los asistentes del mitin con que Enrique Agüera cerrará formalmente su campaña a la presidencia municipal. En fila india les reparten camisetas, pegotes. A cada grupo su líder les indica que deben identificarse, pasan lista y se dirigen hacia el zócalo de Puebla.

El lugar está concurrido, eso es un hecho. “El Gabo” Aceves, locutor de la Tropical Caliente ya es un personaje conocido entre los priistas. Con camisa negra que presume bordado dorado con su nombre, presenta al primer evento de la noche. Luis Antonio López, “El Mimoso”, ex vocalista de la madre de todas las bandas El Recodo, sube al escenario. Inmediatamente pone el ambiente. La gente se pone a bailar. El zócalo de Puebla comienza a verse repleto, por lo menos hasta la Fuente de San Miguel.

“¡Mucha ropa! ¡Mucha ropa!”, les gritan a los músicos de la banda sinaloense. Algunos sueltan instrumentos y se ponen sensuales, flexionan las rodillas, menean la cadera, retuercen la casaca mientras bailan sobre la pasarela dispuesta a mitad de la plancha del zócalo. Las damas enloquecen. En primera fila del evento se encuentran las hijas del candidato, Brenda, Diana y Andrea, que no dejan de bailar. Ellas ya están prendidas. Hasta que, unas canciones después de arrancado el show, hace su arribo la plana completa del priismo.

Como si pararan el disco, así, de sopetón entra la voz oficial priista para presentar a César Camacho Quiroz. Las asistentes dejan de bramar por “El Mimoso y sus muchachos”. Los que ya bailaban se cruzan de brazos y el líder del CEN priista aparece para desilusión de los amantes del huateque.

Presentan a Ivonne Ortega Pacheco, secretaría general del partido, a una Blanca Alcalá que se hizo la aparecida al final de campaña, a un Enrique Doger que primero saluda a Camacho antes que a su candidato. En el presídium aparece esa rara combinación de priistas que se adelantan ganadores en la próxima contienda electoral pero no terminan de creérsela. Un Javier López Zavala que sonríe al ver tanta coincidencia.

Tras un intrascendente discurso del dirigente estatal Pablo Fernández del Campo, aparece una Sandra Montalvo gritona y vociferante, hiperdelgada por el maltrato de caminar bajo el sol de la campaña

César Camacho le sigue en el micrófono. El líder nacional priista, que suele ser contundente al habla, retador con el megáfono, hoy tiene un discurso corto, con pausas exageradas, con una dispersión no acostumbrada en él. Espera a que cuaje la porra, pero los ahí asistentes o quieren de vuelta a “El Mimoso” o les urge que venga el plato fuerte de la tarde: Joan Sebastian.

“El Perdedor”

Lo cierto es que Camacho suelta el micrófono a un Agüera envalentonado por ver las huestes priistas ahí reunidas reta sin retar. Y aunque pareciera que hoy dirá algo nuevo, que hoy en verdad se quitará el traje de rector para ser candidato a la alcaldía, esto no ocurre. Retoma su discurso de experiencia en la BUAP, ese que repitió desde antes de ser ungido formalmente como candidato. Repite la letanía, el “Puebla para los poblanos”, el apoyo a las madres solteras, a los viejitos, la crítica a la seguridad, los cuestionamientos velados al morenovallismo. Pero la contundencia no llega. El arrojo no aparece. Agüera cierra con los señalamientos timoratos que jamás abandonó. Total, ya no importa, la gente solamente quiere que acabe su mensaje, que presenten a Joan Sebastian.

Tras las fotografías obligadas, los puños levantados, las victorias adelantadas, dan, por fin, las gracias. Y viene el verdadero clímax del cierre de campaña. Por el costado izquierdo del escenario sube Joan Sebastian, armado de doble banda, el guerrerense provoca que, ahora sí, la gente estalle los gritos y loas que no soltaron con el candidato.

Con larga barba cana, tejana color claro, pantalones vaqueros negros y camisa lila bordada, “el Rey del Jaripeo” sube al estrado. Las mujeres se desmallan, los hombres toman fotografías con sus smartphones. “¡Ya empezó lo bueno!”, dice una fan cuarentona del cantautor y productor del momento.

El candidato aguarda a un costado del escenario. No se baja. Lo acompañan sus hijas y su esposa Arminda. Improvisan su área VIP en el escenario y bailan al son del hijo pródigo de Juliantla, Guerrero.

De repente arranca una rola se vuelve incómoda, sin querer, de esas coincidencias que nomás no quisieran aparecer.

Suena “El Perdedor”:

 

Nunca había perdido en el amor.

Siempre de alguna forma me salía con la mía

Hoy, soy perdedor.

Estoy llorando y llorar yo no sabía”.

 

Ni cómo callar a Joan Sebastian. Ni cómo advertirle que el candidato es tremendamente susceptible a la crítica y ahora que las encuestas no soplan a su favor, simplemente “El Perdedor” podría tocar fibras sensibles.

Duele mucho duele tanto, duele ser el perdedor

Pero lo que más me duele

Es vivir sin tu amor

Duele mucho, duele el alma

Duele tanto el corazón

Y con mi dolor y todo te agradezco la lección…”.

El candidato no se inmuta y sigue bailando con sus hijas que no abandonan un paso digno de coristas. Agüera se sabe todos los temas de Joan Sebastian. En un momento toma una camisa de su campaña y se la pasa al cantautor, quien a su vez se enfunda de Agüerismo.

Y mientras tanto abajo del templete se hace una verdadera romería. Acercan la camioneta Suburban en la que llegó el cantautor. Comienzan a echarla encima de la gente porque el cantante pidió no caminar demasiado al bajarse del escenario. La prepotencia del equipo de seguridad del cantante provoca incluso el enojo del coordinador de campaña, Jaime Alcántara:

¡Cuidado con la gente! ¡Nosotros qué pinche culpa que ese cabrón venga ahogado de borrado!”, grita Alcántara al tiempo que patea y golpea la camioneta para avisar que están a punto de atropellar a varios asistentes.

El equipo de Joan se pone tenso, le bajan a su ánimo despótico. Acomodan la camioneta para que, después de más de 15 temas, el cantante baje rebotando y directo a la puerta de su camioneta, no sin antes sacarse la foto con Agüera y sus hijas.

De fondo musical comienza el crossover que Joan Sebastian hizo con Will.I.Am, “Jei yu, am gona bi japi”, se escucha a un ritmo house. El cantante para ese entonces ya va de salida del zócalo y la gente comienza a dispersarse. Después de que el cantautor ha dejado el escenario, los asistentes pierden interés. Se quedan los agüeristas de hueso colorado, los priistas resignados, y aquellos curiosos que llegaron tarde. Agüera agradece a los que quedan por su apoyo.

Alcántara sube al estrado. Jala a los reporteros para que vean que ahí había 35 mil almas. Y lo repite, una y otra vez, como queriendo convencerse.  “¡Y van a ver la foto aérea!”, dice el coordinador de campaña.

Agüera apenas y da dos respuestas a la prensa que quedó hasta ese momento, todas son optimistas, él ya está instalado en gobernar:

—¿Candidato? ¿Contento con la convocatoria?

—¡Muy contento! Muy satisfecho con la gente. Me motivan a seguir hasta el momento del triunfo. Y después a gobernar a todos. El respaldo de la gente me confirma que vamos a ganar el 7 de julio.

Contento se va Agüera, contento sin notar las coincidencias. Las fatales señales, los mensajes que en toda su campaña nunca quiso ver.