23 de Abril del 2024

Estado

Y los mariachis callaron: La fiesta de El Alto se apaga poco a poco por el coronavirus

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Pero en los últimos días, el mercado Garibaldi ha lucido como todo menos un lugar de fiesta para Donaciano y Roberto, el vacío que se vive en el Centro Histórico de la ciudad los ha alcanzado en ese punto. 

Por Osvaldo Valencia / @Osva_Valencia /
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En las últimas tres semanas, el llamado a la fiesta en el mercado Garibaldi de la ciudad de Puebla ha sido cada vez menor. Desde que el coronavirus se expandió paulatinamente por la entidad poblana, el silencio de esa calle es lo que más han escuchado resonando.

En una de las esquinas del mercado, incrustado en el barrio de El Alto de la capital del estado, esperan los hermanos Donaciano y Roberto Cuéllar. Son las 6 de la tarde del 3 de abril, y han permanecido en esa misma esquina de la plaza por horas esperando que la fiesta los llame.

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Desde las 3 de la tarde, Donaciano y Roberto portan trajes blancos con bordados de color oro, zapatos puntiagudos semejantes a unas botas, y la corbata con nudo de moño como lo han hecho los últimos 25 años de vida. Son mariachis y la mitad de su vida la han dedicado a la fiesta.

Pero en los últimos días, el mercado Garibaldi ha lucido como todo, menos como un lugar de fiesta para Donaciano y Roberto. El vacío que se vive en el Centro Histórico de la ciudad los ha alcanzado en ese punto.

Las guitarras y violines los mantienen en el maletero de su carro, silenciados, aguardando la señal para hacer sonar sus cuerdas al ritmo que le pidan al Mariachi Forastero, como se hacen llamar.

—En un fin de semana bueno, un viernes o sábado, íbamos entre cuatro a cinco eventos por día, ahorita con lo de enfermedad si conseguimos uno o dos eventos en dos días di que nos fue bien —comenta Roberto, preocupado por la situación.

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Su preocupación es entendible para su grupo, el tener solamente dos eventos en un fin de semana es igual a 2 mil pesos, mismos que se reparten entre los cinco mariachis, lo que deja menos ganancia para todos.

—A veces ya uno hasta le pierde, porque uno tiene que comer, compra algo para pasar el día y como ya en la semana no hay nada pues si nos está pegando a todos parejo —agrega Donaciano a lo dicho por su hermano.

Pero los hermanos Cuéllar se quedan en esa esquina, esperando que la fiesta los busque, dentro o fuera de la plaza.

En 20 años trabajando en su negocio, don Juan Pablo ve irreconocible el mercado Garibaldi: decenas de mesas, de asientos, todos ocupados por la nada en estos días.

El silencio de la música, las sombras prolongadas a lo largo de los pasillos se apoderan del lugar que, desde hace más de 20 años, se vio forzado a cambiar su giro comercial, de ser un mercado más de la ciudad a un centro gastronómico caracterizado por sus mariachis en cada esquina.

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Juan Pablo recuerda que ese cambio fue necesario, la llegada de los mercados Morelos e Hidalgo en la década de los noventa le robaron clientela en poco tiempo. Era cambiar a las circunstancias o perecer.

Lo único que es familiar para él es el asedio de los meseros con sus menús en mano a cualquier visitante que se atreve a pasar por cualquiera de los pasillos del mercado, las ofertas ofrecidas casi a gritos en los oídos, obstruyéndoles el paso, haciendo lo que sea por obtener un cliente frente a la escacez de clientela.

Pero Juan Pablo no se alborota como sus compañeros, espera a que la gente camine hacia él para ofrecerles una mesa, una orden de chalupas de cortesía con un rostro afable

—Uno no tiene que presionar a la gente, tiene que esperar, invitarlo, cotorrear con ella, yo hago chistes tranquilos para romper el hielo, para que la gente se ría y ya, entre más en confianza, que vea que este es un lugar familiar —cuenta Juan Pablo.

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En menos de 15 minutos dentro de su cocina muestra su estilo, prepara tres órdenes de chalupas, una cemita de milanesa de pollo, un plato de birria de cordero y una jarra de agua de limón, todo preparado al momento.

Asegura que, a diferencia de su competencia, todos sus platillos son preparados al momento, y el olor de la carne recién salida del sartén, recién cocida en el fuego de la escucha,  el aroma de los limones apenas exprimidos no le dejan mentir.

Para él, mantener su estilo particular para atender a la gente es esencial en momentos en los que todos tienen miedo de salir por la pandemia del Covid-19.

A esta hora de la tarde –las 17:30 horas–, a Juan Pablo le resulta difícil recordar un día en el que Garibaldi se haya visto sin gente en sus mesas y con pocos músicos a su alrededor.

—A esta hora ya están la mayoría de los mariachis y los norteños afuera de la plaza, pero es lo mismo del coronavirus, que como no hay gente en las calles, no hay turistas, no hay nada pues muchos ya decidieron que no van a venir o llegan de las 8 de la noche en adelante.

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Inmediatamente después de decir eso llega un señor de traje café, a quien Juan Pablo identifica como “El Norteño”, un músico de ese género al que hacen pasar. “El norteño” vaga por el mercado sin tener suerte de que alguien le pida una canción.

Pero, aunque la tarde se ve desoladora, Juan Pablo se mantiene optimista y asegura que en la noche es cuando Garibaldi recobra su vida, su fiesta diaria.

—Dese una vuelta por ahí de las 8 de la noche en adelante, es cuando la gente empieza a venir, cuando ya hay más mariachis. Nosotros por lo regular cerramos entre 3 y 4 de la mañana porque están los turistas que quieren irse de fiesta y ven que Cholula les queda lejos; así que mejor vienen acá, nos piden que la botella de tequila, de whisky, y uno tiene que correr para buscarla, y siempre la conseguimos, así seguiremos hasta que las cosas cambien por aquí.

—¿Pero usted no tiene pensado cerrar en los siguientes días si dejan de venir clientes?

—Ahora sí que, como dice (Miguel) Barbosa: el que quiera trabajar que trabaje, y yo seguiré trabajando hasta que no digan otra cosa.

Para Roberto los últimos días al interior y en los alrededores del mercado Garibaldi tiene comparación con cualquier fecha de los últimos 25 años.

—Ni cuando estábamos con lo de la influenza estaba así la zona, tan vacía, tan extraña –dice Roberto, desconociendo por completo el Garibaldi de Puebla.

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Y en efecto, todo lo que pasa afuera del mercado es diferente. Frente a la plaza ahora hay patrullas de política estatal resguardando todo el tiempo la casa de gobierno del estado, camionetas Suburban entran y salen todo el tiempo.

Todas las mañanas, el gobernador del estado se sienta en su sala y da las cifras de personas contagiadas de coronavirus en Puebla, 126 confirmados y 220 sospechosos hasta la tarde del 4 de abril.

Lo que no ha cambiado son sus compañeros de trajes blancos, negros o naranjas, sombreros grandes bordados y violines, guitarras y trompetas en mano, que al igual que él, se ganan la vida con la música desde hace años.

A Roberto y Donaciano las cifras, los números sobre la pandemia que ha cobrado decenas de Miles de vidas en el mundo, no les importan. Ellos solo piensan en llevar el gasto para su familia.

—Yo tengo una familia que mantener, una hija que ya va en bachillerato, pero aún con esto del coronavirus se tiene que pagar y otros gastos que surgen, pero aquí seguimos esperando que esto se normalice —concluye Roberto, esperando de nuevo el llamado a la fiesta en Garibaldi.

 

 

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