Esta es la historia de desamor
del exalcalde y el exgobernador.
Un matrimonio que el PRI unió,
y los siete pecados separó.
Moreno quería ser el favorito.
Rivera destacar y hacer camino.
El primero someter a los amigos.
El segundo crecer como político.
Ahí andaba el matrimonio fallido.
Ante las cámaras eran buenos maridos.
Infraestructura construían muy unidos.
Y sus discursos llenos de cumplidos.
Moreno quería mandar en la capital.
Rivera firme no se dejó manipular.
Moreno iracundo no lo dejaría pasar.
Y la cuenta pública se fue a guardar.
Rivera Pérez quería ser gobernador.
La Auditoría encontró una observación.
El congreso presuroso lo inhabilitó.
Las instituciones contra un opositor.
Anaya no podía perder Puebla.
Le ofreció a Moreno una tregua,
su esposa quedaría en la carrera,
y que Rivera en la alcaldía repitiera.
Aparecer juntos en planas primeras,
unificar el partido en torno a ella,
y después con relección él pudiera
llegar a gobernar la ansiada tierra.
Así el alcalde libró la imputación.
“la justicia federal lo protegió”.
Ganó un amparo pero no la absolución.
Este es el juego de repartirse la nación.
Los verdugos no asoman ni la ceja.
Algunos ya obtuvieron recompensa.
Los demás cruzan los dedos y las piernas,
la esposa gane y secretarios los convierta.
Las cuentas de Anaya son de peligro,
el efecto pegará en la elección.
Pero ese es otro cantar de grillos.
Hasta el lunes amable lector.
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