En la casa de los poblanos
habitaba un señor
alto, Moreno, celeste
y con pésimo humor.
Alzó puentes y hospitales
y la rueda de presunción
presidente de la República
su más grande afición.
Pero otro más avispado,
la aspiración le ganó
y en su berrinche iracundo,
a su esposa negoció;
apoyar a su partido,
fue su palabra de honor,
no largarse con el pinto
y quizás ser senador.
En campaña anda la esposa
muy segura y sin pudor
la candidatura que obtuvo,
dice que es por su labor
pero cargo público nunca tuvo
por su buena profesión.
Hasta el nombre se ha quitado
desconoce a su patrón.
De su género ha renegado
pero eso no es condición.
Nada tiene que ver ser dama.
Lo que pesa es la imposición.
La acompaña un enemigo
que su esposo inhabilitó,
por ser incómodo y rebelde
y muy poco agachón.
Pero ese es otro cantar de grillos.
Hasta el lunes amable lector.
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