19 de Abril del 2024

La luz en el amor propio

Por Rolando Ochoa Cáceres / /

panza identifi

Cuántas veces no hemos repetido la frase “dame mi lugar”. En todo tipo de relación, en algún momento, la hemos dicho con tristeza o con enojo y parece ser una frase contundente pero en realidad es, probablemente, innecesaria.

Pedir que a uno le den su lugar implica pedir respeto y cuando eso se pide quiere decir que esa relación está derrumbándose. ¿Por qué tener que pedir respeto o por qué pedir que nos den nuestro lugar? ¿Por qué alzar la voz y pedirle a nuestra pareja o a nuestro jefe o a alguien que nos ha agredido que, por el amor de dios, se nos valore y se nos respete?

La escena es la siguiente: yo, en una relación de muchos años, soporté la humillación por parte de la hermana de mi pareja de aquél tiempo. No únicamente la hermana manifestaba a viva voz, enfrente de sus padres (y de mi pareja, claro) que era yo un inútil, un bueno para nada y que le parecía feo. También le decía a mi pareja, insisto, con público, que ella podía conseguirle a alguien mejor, que cualquiera podía ser mejor que yo. Mi pareja (y sus padres) reían, no le ponían ni un alto. Cuando se me ocurrió decirle que no pensaba, bajo ningún motivo, continuar soportando la humillación verbal a la que me exponía se me vinieron tantos problemas posibles. ¡Quién era yo para decirle a mi cuñada cómo comportarse! ¡Quién era yo para decir mi inconformidad! ¡Que ella lo hacía con cariño! ¡Que ese trato era demostración de aceptación!

Otra escena: amistades que creía reales y a las que les había dado la oportunidad de conocerme y de saber todo lo intrincado hasta de mi espíritu de un momento a otro comenzaron a criticarme entre conocidos, hablaban a mis espaldas y querían que mi vida fuera realmente miserable porque la vida de ellos lo era. Sentían poder al recordarme mis errores, decían que era feo, repetían mil y un veces lo superiores que eran y supe que en vez de darme mi lugar ante otros preferían pisotearme con el objetivo intrascendente de saberse mejores que yo.

Ahora, después de algún tiempo y de muchas terapias, muchas meditaciones y demasiadas lágrimas he entendido algo sumamente importante: soy yo lo único que tengo en realidad y si he pasado por cosas así es porque sólo yo lo permití. He entendido que la gente es y que, debajo de sus filtros, la realidad de sus espíritus de una o de otra forma reluce, en corto o en largo plazo. Al escribir esto rememoro (y hasta puedo sentir) esas turbulencias provocadas por el encono, por los celos, por el sentimiento de sentirse nada ante la gente que uno cree amar o querer, la desilusión, la amargura de no ser alguien para presumir.

Alguien me dijo que permitía ese tipo de tratos porque me daba miedo hacerle notar a las personas que era un ser extraordinario, me dijo que prefería bajar escalones porque me tenía miedo a mí mismo, porque tenía miedo de mostrarme enérgico y feliz porque, en palabras de ella, ser así le molesta y le asusta a la gente. En pocas palabras, me comentó que demasiada luz deslumbra y la gente prefiere casi siempre la sombra.

Claro que cuando supe esto lloré muchísimo. ¿Por qué había preferido las sombras si Dios me había dado la oportunidad de vivir con luz? Eso sí, me dijo esta persona, cuando te des cuenta de que eres luz, que no te asuste que puedes iluminar a muchas personas que tarde o temprano te lo reconocerán.

Hace poco más de un año decidí darme mi lugar y debo decir que lo que he logrado durante ese tiempo me asusta pero también me satisface demasiado. El fin de semana pasado le comentaba a mi pareja lo infinitamente agradecido que me sentía con la vida por haberme abierto los ojos y sobretodo, por tener personas como ella que día a día me hacen creer en mí mismo. No únicamente logré salir del país, he logrado cosas que nunca en mi vida había pensado realizar. Durante un año parte de mi energía la puse en un grupo de teatro que lleva un año haciendo las cosas bien, con dos obras demasiado bonitas y con aplausos demasiado sinceros. He dado pláticas sobre mi vida, sobre la felicidad. Tengo un grupo de jazz con el que aprendo muchísimo cada vez que ensayamos y hace una semana unos cuentos míos fueron publicados en la Antología de Narrativa Posmoderna de la editorial Tiempo que resta, al lado de geniales escritores y jamás pensé que iba a ser partícipe de la presentación en una feria del libro tan importante como la Feria Nacional del libro de la BUAP. Y no únicamente eso, ya cumplí dos años sin fumar, mis hábitos alimenticios han mejorado demasiado (ya llevo un año sin refresco y sin café), camino casi a diario y mis relaciones con mis amistades, con mi familia y con mi pareja no tienen ningún filtro.

A lo que voy es a lo siguiente, si no nos respetamos a nosotros mismos no esperemos que alguien lo haga por nosotros. No tenemos que pedir respeto , hacerlo es humillante. Si nos respetamos tratamos a los demás de la misma manera y no podemos recibir menos. No hay nada de malo en darnos nuestro lugar y si a alguien le disgusta es mejor dejar esa relación por la paz. Aprender a respetarnos también es aprender a amarnos y el amor es un gran camino de verdad, hacia la verdad. Tenemos tanto de Dios, tanto de luz que si no nos damos cuenta a tiempo podemos desperdiciar instantes que son grandes milagros de vida. No merecemos menos. No merecemos oscuridad cuando tenemos dentro de nosotros el poder de deslumbrar.

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