16 de Abril del 2024

Crónicas docentes… ¡la mejor profesión del mundo!

Por Martín Ochoa / /

lalampara interiores

Hoy quiero compartirles que una de las intenciones de esta columna es el abundar acerca del quehacer docente, el tratar de establecer mecanismos de comunicación entre la sociedad y el conjunto académico que comparte día a día esta noble profesión en conjunto con sus hijos, sus compañeros o amigos.

Es de hecho una labor que disfruto enormemente, no sólo el invertir algún tiempo en el diseño y elaboración de esta serie de artículos con el afán de comunicar algunos aspectos relevantes de la educación, tendencias y desafíos, sino que además y especialmente, es el medio que me hace sentir que es posible que la academia llegue hasta ustedes de una manera más personal y social.

Es por esto y especialmente porque en esta semana se celebra el “día del maestro” me voy a tomar una pequeña libertad ya que es una festividad de la que bien vale la pena hablar; pero no quiero abordar esto desde el punto de vista historiográfico ni tampoco epistemológico, ya que para ello habrá momentos y espacios. Mi intención hoy es compartirles algunos ejemplos tomados de mis colegas que evidencian la grata satisfacción del ser docente.

Tal vez no se han puesto a reflexionar acerca del rol cotidiano que tienen los maestros de sus hijos, y es que no es para menos, la cotidianeidad no ha llevado a priorizar nuestras actividades y a pasar de largo en ocasiones la belleza, pero en el actuar docente ese atractivo es sublime, síganme un momento y verán por qué lo digo.

Hoy pude apreciar a un grupo de alumnos de kínder que estaban jugando durante su recreo, en cierto momento uno de los niños se separó del grupo, se acercó a su maestra y le ofreció su sándwich como un regalo por el día del maestro, la imagen me pareció especialmente conmovedora porque la mirada del alumno era de admiración y cariño. Un niño de preescolar reconoce de manera distinta la importancia que tiene su maestra para él, ya que no la ve como una instructora en su camino escolar, la asimila como parte de su microcosmos y le permite integrarse de manera natural a su proceso de socialización y comprensión del mundo. Para ese niño no era sólo un gesto de amabilidad el regalar su sándwich, era un acto de amor.

Ahora podemos voltear hacia una preparatoria en donde una alumna se siente deprimida, acaba de terminar su relación con su novio y en su casa, donde su mamá quien trabaja de sol a sol, no le ha dedicado ninguna palabra de aliento, ella llega todos los días a comer acompañada solamente con su abuelita y después de hacer algunas labores de la casa se sienta en la tarde a ver la televisión y a interactuar con su celular. Ella se siente sola, que nadie la comprende y tiene pensamientos peligrosos. Acude con su asesora para que le dé consejo puesto que no sabe qué hacer y entonces percibe que su maestra la escucha, la aconseja, le da pautas para tomar decisiones acertadas. Durante el curso se siente todo momento acompañada e incluso al término del mismo, no sólo ya superó la ruptura amorosa sino que además tiene claro que quiere seguir estudiando una licenciatura. Aquí nos encontramos ante un acto de generosidad.

En cierta secundaria el gordito del que todos hacen burla tiene problemas en educación física, en el curso pasado su maestro le presionaba para que dejara de tener actitudes de pereza frente al deporte pero en lugar de ayudarle, eso le hacía sentirse más inseguro. En el nuevo curso le dieron la oportunidad de aprender ajedrez y decidió tomarlo para evitar las canchas, pero su entrenador le muestra cómo es que el deporte-ciencia tiene grandes similitudes con la vida, le ofrece la oportunidad de la sensación de logro al resolver algunos diagramas ajedrecísticos básicos y le invita a participar en un torneo. Sus maestros se muestran sorprendidos por el avance en su desempeño académico tanto en matemáticas como en ciencias y le han reconocido por ello; para este momento ha pasado de ser la broma del salón a ser un compañero “que sabe mucho”. Aquí nos encontramos ante un acto de transformación.

En la universidad una alumna que viene del norte acaba de reprobar su materia de estadística y se acerca a hablar con su profesor no con la intención de que le cambie la nota, sino para comentarle que debido a ello, ella tendrá que regresar a su casa en donde sus padres –quienes están divorciados-, se dedicarán a echarse la culpa mutuamente de la “mala educación y pésimo desempeño de su hija”, el docente la escucha y le aconseja que antes de tomar la decisión evalúe la posibilidad de seguir estudiando la licenciatura, le propone incluso que hable con sus padres informándoles que ha reprobado y que requiere su apoyo pero que además, ella se comprometerá a trabajar en verano para reponer económicamente la materia que no pudo pasar. Un año después el maestro quien ya no labora en esa universidad se encuentra a esta alumna. Ella le saluda con agradecimiento y le comenta que está a punto de terminar la licenciatura y que gracias a esa experiencia, aprendió a reconocer sus errores y a hacerse responsable de su futuro. Este es un ejemplo de guía para la vida.

¿Cuántos casos similares se encuentran todos los días en las distintas aulas y sus correspondientes niveles? Una característica de la docencia es que no es una labor exclusivamente académica ni intelectual, sino que es primordialmente social, por lo que el ejercicio requiere compromiso, nobleza, sinceridad, certidumbre y sobre todo vocación.

Los docentes somos factores de cambio, lo sabemos, lo entendemos y además lo agradecemos. Día a día tratamos de establecer relaciones de conocimiento y su aplicación en la vida cotidiana de nuestros alumnos con la idea de que en un futuro ellos serán personas de bien, donde sus éxitos y fracasos los formen como adultos que aprendan a convivir en sociedad con un ánimo de tolerancia, respeto, esfuerzo y compromiso. Esto me lo dijo en una ocasión mi maestro de física y hasta la fecha no lo olvido, porque “lo que bien se aprende, jamás se olvida”.

Publicidad