25 de Abril del 2024

Carta a doña Esther

Por Edmundo Velázquez / /
Carta a doña Esther
Foto: Central

CUENTA HASTA DIEZ

Hace unos días recibí una llamada telefónica que no me esperaba.

Cuando uno se mete en el día a día de la nota policiaca, no siempre tiene tiempo para ubicar qué pasa después de ser publicadas esas notas.

No siempre reparamos en los efectos colaterales, sobre todo en los familiares de quienes retratamos en los medios de comunicación especializados en la mal llamada nota roja.

Vía telefónica se comunicó la familia de Julio César Rebolledo.

Si el nombre no les dice nada pueden revisar las notas publicadas sobre él y su crudo destino en Lomas de Angelópolis.

Hace unos días, como seguimiento, se retomaron datos más a fondo sobre él. Prácticamente a un mes de su muerte.

La pregunta de la familia al teléfono fue básica y dura: ¿Por qué no dejar descansar a los difuntos?

Parece que me retumbo el oído cuando me hicieron esta pregunta.

Cuando uno ha tenido pérdidas entre familiares, entre sus amigos, consta en carne propia que no queremos otra cosa que el descanso infinito de nuestros seres queridos.

Antes que cualquier otro papel desempeñado en su vida, Julio César Rebolledo fue padre de tres niños.

Un hermano muy querido que cuidaba de sus hermanos.

Un compañero admirado en el béisbol, donde fue una buena figura en el circuito univeristario.

“El mejor hijo que Dios pudo darme”, dijo su madre, doña Esther.

La charla nos dejó una reflexión: la nota la podemos llevar al extremo de conquistar miles de visitas en un día para Página Negra y Periódico CENTRAL, o muchos seguidores en Twitter, muchos likes en Facebook.

Pero jamás va a llenar los espacios de la gente que muere en guerras sin sentido.

A veces, por relatar los hechos, por contar la historia más a fondo, por seguir el caso hasta la médula de legajos, investigaciones y tribunales, no nos detenemos a pensar en el otro lado casi nunca es recordado: las familias.

Las familias a las que hoy les hace falta un padre, un hermano, un hijo.

Para doña Esther (y para los familiares de todos aquellos que no necesariamente retratamos de cuerpo completo en el día a día de la página policiaca) no queda más que pedir una disculpa.

Dejemos descansar a los difuntos.

Y oremos por esas familias que hoy enfrentan una silla vacía en su mesa.

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