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Separarse es también amarse

Por Rolando Ochoa Cáceres / /

panza identifi

-No podemos estar más tiempo juntos.

Fue una de las últimas frases que le mencioné a mi ex pareja. Después de mucho tiempo de estar juntos sabía que era necesario para ambos reconocernos en esa frase. ¿Por qué es tan difícil separarse?

Recuerdo que tomé mi auto y dentro de él llevaba mis maletas y mis cajas con aquello indispensable: libros y mi ropa.

Avanzaba con la música a todo volumen e intenté comunicarme con mi hermana para que me diera ánimos, que no me hiciera regresar. No me contestó y en la radio sonaba Enter Sandman de Metallica. La memoria me hacía estragos. Recordaba, conforme avanzaba en el auto, esos pasos que ella y yo dimos en la inmediatez y en la emoción, esas promesas concurridas por la duda y el temor por lo incierto. También recordaba las series de Netflix que compartimos, también los bailes y el fingir que teníamos una banda de metal y el cómo sacudíamos la cabeza. También en aquellos libros que compartimos y comentamos hasta imposibilitarlos. Las nuevas lecturas y las relecturas. Pensaba en lo que habíamos abandonado para estar juntos, también en las ilusiones y los engaños, en los abrazos y las lágrimas. Pensaba mucho más en su hija, para ella yo era ya algo más que la pareja de su madre. Me lo decía y se lo decía a sus compañeras del colegio.

Así que sólo avanzaba entre las calles extendiendo los hilos hasta tensarlos y esperar la ruptura. No sabía lo que estaba haciendo pero tenía consciencia del por qué estaba sucediendo y aun así me parecía increíble una vez más separarme de esa forma. Contenía en mí heridas y necedades, contenía también una historia indecible, no quería más lastimar ni ser lastimado.

Cuando llegué a casa de mi padre, mi hermana me preguntó si la cosa iba en serio y al verme bajar las maletas y las cajas ella misma se respondió: “ahora sí va en serio”.

Me puse a escuchar unas canciones de Luciano Pereyra y con mi padre intenté aliviar la memoria. Bebimos lo suficiente hasta aligerar el recuerdo y también el olvido. Me quedé dormido queriendo saber algo o probablemente queriendo saber nada.

Al despertar sólo vi las cajas que ya estaban en uno de los cuartos de la casa de mi padre y comencé a llorar como hace tiempo no lo hacía. Les escribí a un par de amigos pero jamás contestaron. La herida se derramaba de todas formas, las mejillas me ardían y nada aplacaba el vacío. Me preguntaba el por qué me había resistido tanto a terminar aquello que ya meses antes había tenido su fin. Me preguntaba por el tiempo perdido. Me preguntaba por aquellas supuestas soluciones de corto plazo que después se convirtieron en aplazamientos de tristeza. Mi amiga Marissa después me envió sendos mensajes y audios por whatsapp brindándome esas palabras de confort. Palabras que sostenían lo poco que quedaba para volver a construir.

Yo meses antes sabía que esa relación había terminado y sin embargo, la incredulidad, la ceguera y el sentimiento de querer vencer todo se convirtieron en acciones que culminaron en el hartazgo. La resistencia también es frágil y a veces luchar es más una necedad.

Las primeras semanas sacudieron ese pequeño mundo que yo me había formado. Nada suponía lo distinto y cada despertar cansaba. Trabaja en piloto automático y por las tardes caminaba escuchando a Gustavo Cerati o los audios de Marissa. Caminaba buscando en la memoria soluciones breves y no encontraba demasiado. Entendí que separarse con rastros de dolor era una forma desagradable de romper pero era peor el perpetuar las fracturas.

Caminaba deseando las palabras y también una muestra de interés, aunque fuera la más mínima y nada ocurría. Me di cuenta que tenía enfrente una batalla más fuerte, tenía que reencontrarme y, aunque suene a cliché, conquistar miedos y desvelos.

Hice todo lo posible por recuperarme desde la meditación, comencé a salir con personas con las que sólo me encontraba en el trabajo. Con mis amigos de siempre no pasaba de ciertas burlas y de abrazos y los libros y la música me revelaban la mitad de la terapia.

Marissa me decía que tenía que volver a hacer lo que me gustaba, que hiciera aquello que dejé de hacer cuando andaba con mi ex pareja. Comencé a escribir de forma breve y toqué el piano con cierto nerviosismo. Lo hacía mal pero apenas escribía una frase o formaba una armonía mi mundo adquiría poco a poco colores lindos. Me di cuenta que en realidad pedía amor porque yo no sabía amarme. Tenía el agrio pensamiento de que al no quererme, los demás podían hacer ese trabajo por mí y cedía a cualquier forma de interés aunque ésta hiriera. Yo era el peor novio porque era mucho menos que un amigo para mí.

Comencé a salir conmigo. Comencé a darme ciertos gustos de los que yo me ha había apartado e incluso regresé a esos hábitos que yo había mantenido al margen. Comencé a darme la oportunidad de ser conmigo el ser más real posible y los premios poco a poco fueron llegando.

Uno quisiera no separarse jamás o no culminar con ciertas relaciones pero a veces esa acción nos puede permitir senderos más amorosos o más honestos.

Más que el tiempo todo lo cura yo creo que la sanación inicia desde que uno decide continuar de forma honesta. Solemos ver los desenlaces con terror y miedo y a veces uno puede pasar años viviendo más que de amor, de costumbre y de rutina: soportando. ¿No es un escenario innecesario?

En mi caso esa acción me encaminó no únicamente a reencontrarme conmigo mismo, también a reconocerme y a amarme y puedo decir que mi vida poco a poco se ha tornado distinta y de forma positiva. Puedo ser yo mismo sin miedo a presentarme, sin miedo a ser mi mejor amigo. Entendí mis imperfecciones y lo mejor de todo es que ahora no veo la necesidad de ser perfecto para nadie, simplemente soy el ser más real como imperfecto y eso sana en todo sentido.

Creo que la felicidad no debe estar comprometida y tampoco debe consistir en la dependencia hacia la pareja. Creo que la felicidad tiene ese componente de aceptación de la realidad y de la imperfección. La felicidad también es aceptación de nosotros y hacia nosotros mismos y somos totalmente responsables de nuestra felicidad y de lo que compartimos.

Supe que el hilo se había roto una mañana en la que decidí no esperar más de nadie y esperar todo de mí. Es lindo saber que uno es dueño de su felicidad y que en muchas ocasiones los finales son también retornos a nuestro principio: el amor que nadie nos puede arrebatar, el amor a nosotros mismos.