Saturday, 20 de April de 2024

Y SIEMPRE…

Por Rolando Ochoa Cáceres / /

panza identifi

Siempre he pensado que la vida de una o de otra manera nos da esas señales inevitables de lo que pronto acontecerá. Sucede que pensamos mucho lo que sentimos y tras pensarlo en demasía también las cosas no suceden con la intensidad suficiente. Si razonamos con el corazón entonces hay grandes conflictos.

Mucho tiempo, en realidad, muchísimo tiempo de mi vida no disfruté como hubiera querido mi propia vida. Tras ciertos episodios, ciertos conflictos devenidos de una niñez fracturada es casi imposible vivir en el momento, en lo que le llaman el ahora. Así, me era más fácil, mucho más fácil, depositarme en otro tiempo o en otro lugar que no fuera el que estaba viviendo. Tampoco supe amar ni cómo recibir el amor. De alguna manera crecí más creyendo o depositándome en esos refugios imaginarios que en lo que la gente me ofrecía emocionalmente. Por eso que mucho de lo que dice James Rhodes en su libro Instrumental. Memorias de música, medicina y locura, lo entiendo a la perfección: también la música nos salva. Él cita a Schumman cuando dice que el deber del artista es “mandar luz a la oscuridad del corazón de los hombres”. También menciona Rhodes que “la creatividad es una de las herramientas más profundas para superar el trauma”.

Cuando suceden cosas que te quiebran, que te rompen, como abusos, las disfunciones (y más aun cuando eres un chico de no más de diez años) se vive con un sentimiento de culpa tremendo, ni se digan de los cambios abruptos en el humor, la rabia dispuesta a cada segundo sabiendo y creyendo siempre y constantemente que cualquier cosa que se realice está condenada al fracaso  y si algo lindo sucede uno no se siente merecedor de nada. Se pierde el hilo y se acumulan los demonios.

También viví mucho tiempo sin creer en Dios o en algo superior. No es posible después del trauma. Hay cuestiones, hay muchas emociones que se congelan, pero, como dijera Rhodes, no puedes no creer en Dios cuando se escucha a Bach, a Beethoven, a Chopin.

Cuando se sobrevive a ciertos traumas (más bien a ciertos momentos de heridas en el alma) efectivamente surgen, cada segundo que se vive, cantidades de preguntas insospechadas. Si estoy con alguien es ¿qué tanto daño me vas a hacer? ¿por qué quiero quererte? ¿por qué no quiero quererte? ¿si tomamos ese lado de la calle nos va a pasar lo peor? ¿Por qué? ¿Hago las cosas mal? ¿Le dije algo mal? ¿Por qué no me sé expresar? ¿por qué no se lo dije? . Cito a Rhodes nuevamente: “Nos enfrentamos a un ingrato, incesante, infinito torrente de amenazas, de incendios que hay que apagar inmediatamente”.

Creo que mucho de lo que he sanado (cuando digo mucho es, probablemente nada pero el trabajo es sumamente fuerte) ha sido por la música y la literatura. Muchos años dediqué mis manos al piano y alcancé ciertos logros que he comentado antes en este periódico (un recital de música clásica en el que interpreté a Chopin y las constantes ofertas para estudiar música). Y en literatura, sí la escritura pero mucho más la lectura. Alguna vez un cierto académico de la literatura me hizo gestos de extrañeza y comentarios dolosos por estar leyendo un libro que tiene que ver con la superación. Que cómo me atrevía, que siempre yo había leído alta literatura (ese término) y que le parecía terrible verme leyendo páginas tan poca cosa. Efectivamente, nadie sabe las batallas insospechadas y terribles que se viven en el interior y se hacen juicios con hálito desesperanzador. También así las terapias. También así las relaciones.

Viví entonces mucho tiempo actuando lo que no era. Escuchaba aquello que no me gustaba, decía que sí a todo, confiaba más en otros que en mí mismo y delegué mucho tiempo mi felicidad en manos incorrectas.  Lo dice Rhodes también: “Me equivocaba en todo lo que pensaba sobre el amor. Creía que el amor era llamar la atención, obtener comprensión, apuntarte un tanto, todo ello basado en opiniones externas y en cosas también externas y materiales. Nada relacionado con compartir valores y creencias”.

Entonces ocurren los fracasos emocionales, muy probablemente se me veía como un monstruo voluble, con cambios abruptos, ciertas manías, fobias, miedos… Pensaba que sostenerme sin ser yo mismo podía ser más fácil pero de alguna manera el monstruo se expresaba o colapsaba. Es muy en serio eso de que el terror interno (generado por el trauma) siempre dice de las peores maneras que todo lo bueno va a desaparecer. De ahí que no únicamente yo fui lastimado, sé que yo también lastimé y también he pedido perdón donde no se ha querido verme ni leerme y aun así, todos los días pido perdón y deseo lo mejor. En esos ayeres nuevamente ahí estaban la música y la literatura con sus señales de vida. Escuchaba a Chopin y muchísimo Jazz y leía a Onetti, a Rulfo, a Cortázar, a Borges y también a Osho.

Selene Ríos mucho tiempo me insistió en escribir, me decía “gato, ¿ya vas a publicar con nosotros? Y yo intentaba consolidar una familia donde jamás hubo amor ni nada. Selene, creo yo, sabía muy bien lo que me pasaba. Murió en uno de los peores años de mi vida y tiempo después Viridiana Lozano me hizo la misma propuesta. Tenía mucho tiempo que no escribía ni tocaba el piano. Me sentía vacío, descentrado.

Me fui a Europa y ahí mis monstruos crecieron para enfrentarlos. Reventé en París, no podía contenerme. Estaba yo caminando donde también Cortázar había escrito Rayuela y apareció un nombre, una mujer que me hizo, de alguna manera, volver a escribir. En el hostal escribí su nombre, Luna (ese es su nombre) y ahí comenzó todo. Mis demonios nunca se aplacaron pero podía tenerlos tranquilos mientras escribía. A los dos días de ya estar en México me senté frente al piano y me vi sumamente pequeño, un punto cualquiera en un mundo abismal. Rhodes dice, si mal no recuerdo, que hay que encontrar eso que te encanta y dejar que te mate. Recuerdo que le escribí a Viridiana para ver si aun podía publicar algo. Me dijo felizmente que sí y me propuse no dejarlo. Cuando siente uno que la gente cree en ti parece que todo tiene un fin positivo hacia eso que realmente quieres o que realmente te gusta. Después en mi trabajo encontré gente formidable, gente que te admira y otros que están dispuestos a hacerte colapsar de buena manera. Hay amigos también en el trabajo, de esos que te ven abajo y se acuestan contigo y después te dicen vamos a levantarnos y lo hacen abrazando. Alguna vez a mi jefa le dije que no sabía si iba a poder con el reto que me proponía y ella, con esa sonrisa característica sólo me dijo que sí iba a poder, aunque fuera muy a mi manera. Ni se diga de mis amigos del alma que en sus bromas te mantienen despierto, reconocido y amado. Para alguien tan fracturado como yo, eso, de alguna manera, motiva.

La semana pasada una amiga me hizo explotar. Me enfrentó y me re jodió todo lo que pensaba. Me hizo ver que en vez de romper con mis miedos de manera fuerte en realidad los trataba bonito, como si en realidad no me hicieran daño. Me hizo sacarla con todas mis fuerzas de donde estábamos. Me abrazó y me felicitó, me dijo algo así como que ya era momento.

También, la semana pasada pasé varios días en el hospital acompañando a mi padre y vi, nuevamente, toda la fragilidad que es la vida. Y esos días, esas noches, Luna me escribía, que todo iba a salir bien, que durmiera y si no, que ella me acompañaba…A veces uno no se siente a la altura de la felicidad y se siente desmerecedor de la misma.

Mucho tiempo de mi vida viví en ese pozo sin fondo, en la autodestrucción, en vestirme de felicidad y por dentro rompiéndome constantemente. De ahí se deriva mi imposibilidad para dormir y el tronarme los dedos. Una amiga lejana, después de contarle mi vida me dijo que si seguía de pie entonces era más un sobreviviente que un suicida y que eso estaba bien porque quería en realidad a la vida.

Luna me dice que me quiere y aunque aun no podemos estar juntos, sé que soy el hombre más afortunado cuando veo cómo me mira, cómo me habla, cómo me escribe. Luna quiere que yo siga escribiendo y que toque el piano, me hace enfrentarme a mi trauma infantil, a mis demonios terribles, a mis miedos y al qué dirán. También mi familia quiere que siga mis sueños… siempre ellos han apoyado esa parte. Está de más decir que la vida se acaba, que todo puede esfumarse de un momento para otro. Viví con mucha vergüenza y ahora me siento, ligeramente, más valiente. Dice Rhodes que es espantoso tener una pasión que dicta cada segundo de tu vida y carecer de la valentía moral para desarrollarla. Yo creo que sí, que se necesita ser valiente para vivir pero también hay que ser felices, hacer todo lo humana y jodidamente posible para vivir felices (aquí es donde la gente me dice que estoy equivocado y que es poco intelectual e inteligente el ser feliz). Creo que a personas como yo, que hemos vivido la fortuna o desgracia de estar condenados por un trauma tan severo, la felicidad es lo único y el todo que merecemos y así, todos deben merecerla. Rhodes recalca que “el truco (para ser felices) consiste en dedicarte a hacer lo que quieras, lo que te haga feliz, siempre que no perjudiques a los que te rodean. No es hacer lo que crees que deberías. Ni lo que te parece que otros creen que deberías hacer, sino actuar de un modo que te procure una inmensa felicidad”. En este punto creo yo que agregaría que ser feliz nunca debe dar vergüenza. Que la felicidad no debe ser criticada. Y creo que la única forma de llegar a ella es rompiéndote y rompiéndote en lo que crees, en aquello que anhelas, en aquello que sabes hacer. Me da pavor pensar que después de esta vida no habrá nada y que me he detenido siempre por cualquier cosa. Me da pavor pensar que este día no volverá jamás.

Es muy probable que siga sin poder dormir, con mis demonios rodeándome y mis miedos tratando de obstaculizarme pero ahora escribo y eso quiere decir que ahora vivo.

ANTERIORES