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Silbar en solitario

Por Rolando Ochoa Cáceres / /

panza identifi

Siempre me ha gustado caminar. No sólo por el ejercicio físico o por la ambientación musicalizada que deposito en mis andares, también por los encuentros, los desatinos y en gran medida por los recuerdos. Sin embargo, mi caminata del miércoles fue sumamente emocionante. Cuando yo esperaba cruzar la calle, un hombre a mi lado que no veía hacia ninguna parte y también estaba esperando para cruzar, comenzó a silbar. No supe qué melodía silbaba pero el hombre lo hacía, depositando su mirada en ningún lugar y silbando hacia todo el universo. ¡Me sentí asombrado por algo tan único! Y entonces recordé (una vez más creo que toda mi vida sucede en la memoria) cuando estudiaba portugués en la UNAM y estaba enamorado de una compañera de salón.

Estábamos ella y yo en un salón de audiovisuales del CELE viendo un documental sobre el fado portugués. El documental era realmente bello ya que pasaba cada uno de los rincones donde el fado sonaba y hubo una escena que me emocionó bastante. U viejo recogía la basura, al fondo se veían esas diminutas calles portuguesas y las casas acomodadas en soledad. Entonces el hombre cantaba mientras recogía la basura. La entrevistadora le preguntó el por qué cantaba mientras recogía la basura y el hombre decía que lo hacía por nostalgia, lo hacía para recordarla (a su mujer) y por el mar.

Después la imagen es única, la cámara toma al hombre recogiendo basura y suena su voz, suena su voz en esas diminutas calles portuguesas, en esas casas dibujadas en soledad, suena su voz para recordar y depositarse en el mar ¿no es algo hermoso?

Después de ver el documental, mi compañera y yo salimos tomados de la mano hacia el metro, después pasamos cinco años juntos y después los adioses.

Uno de los capítulos de Rayuela que más me gusta es el número 67. Inicia así: “Me estoy atando los zapatos, contento, silbando, y de pronto la infelicidad. Pero esta vez te pesqué, angustia, te sentí previa a cualquier organización mental, al primer juicio de negación”. Contento, silbando y de pronto la infelicidad. Silbamos en felicidad.

¿Cuántas veces no hemos visto en caricaturas, series o películas a los personajes silbar? Ya sea por enamoramiento, por encubrir alguna travesura o esperando la llegada de alguien, el silbido sucede desde el interior divertido, preocupado o travieso. En otras ocasiones, el silbido se anuncia como melodía truculenta. En otras, el silbido llama. El silbido también es descarga. También catarsis. Así, también, el viento hace su catarsis cuando lo escuchamos en ciertas tonalidades.

Una imagen sonora estremecedoramente poética es la del disco The Stranger”, de Billy Joel. La primera vez que escuché ese disco fue con mi hermano. Íbamos en su auto y cuando puso la canción que lleva el titulo del disco y comenzó a sonar el silbido de Billy Joel, imaginé las soledades en el centro de todas las ciudades del mundo. Y en mi interior. Era un niño y sentía un temblor repentino. Con “Everybody has a Dream,” la última canción del disco, la vibra es distinta. Hay como cierto sentimiento de esperanza que deambula en toda la canción. Te devuelve esa parte que antes te arrebató. Un fragmento de la letra dice así: “If I need a cause for celebration, Or a comfort I can use to ease my mind, I rely on my imagination (si necesito una causa para celebrar o un consuelo para aliviar mi mente, confío en mi imaginación). Esta canción podría ser bien interpretada en alguna iglesia y sacar varias sonrisas pero, una vez que va descendiendo el volumen y finaliza, llega la sorpresa, ¡nuevamente “The Stranger”!, los pasos del extraño, del solitario y su silbido, regresando a toda la mortalidad, todos los pasos consumidos y también perdidos en sombras, en edificios, en la nostalgia. Como dijera Fernando Navarro en El País en su texto “El extraño silbido solitario de Billy Joel”: “Pasados los cuatro minutos y medio de canción, se regresa al ambiente desolador, de lobo solitario en mitad de la metrópoli, del tema The Stranger, que da título al álbum. Sentirte extraño en tu propia vida, con tus propios pasos, con tus pensamientos. El colofón es ese. Las teclas paseándose, acompañadas de las cuerdas, y el silbido perdiéndose en el horizonte.

Si la partida de cartas es el amor, el silbido con piano y cuerdas es el anhelo”.

Lo que dice Navarro es emocionante: “Sentirte extraño en tu propia vida”, y cuando eso pasa, silbamos. La desolación sonora.

Regreso al principio del texto. Mientras escuchaba y miraba al hombre que silbaba pensaba en todo eso. Pensaba en lo fascinante que es percibir los enunciados que han sido silbados. Pensé que probablemente el hombre tenía esa desolación. Después dejé que caminara, que avanzara delante de mí y perseguir su silbido. Poco tardó en desaparecer.

Entonces pensé en ese momento, en ese noviembre del dos mil once donde ella y yo decidimos despedirnos. Ausentarnos. Separarnos. Dejar de fingirnos un tiempo.

Y recordé que nos abrazamos y avanzamos separados. Ella hacia su trabajo y yo hacia el metro. Y recordé que mientras caminaba, silbaba. Silbaba, sí, She´s always a woman (tan así lo recuerdo porque le dediqué esa canción incontables veces, como también en el adiós). Me sentía extraño en mi vida. Estaba en el centro de la ciudad de México y escuchaba mis pasos. Ya no los de ella. Y sabía que mientras yo caminaba, anhelaba. Suspiros musicalizados. Y era también extraño en mis propios sueños. Y silbaba, probablemente como dice Fernando Navarro: “Quizás, porque en ese silbido solitario se aprecia todavía la distancia entre el peso de la vida y la levedad de los sueños”.

Así también suenan los recuerdos de esa tarde, de esa noche...

 

Más textos en mi blog: https://migatotambientocaelpiano.wordpress.com/