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La soberbia de Blanca Alcalá (en campaña y en la derrota)

Por Selene Rios Andraca / /

En los últimos cuatros años he derramado tinta, angustias, entuertos, enojos y vísceras sobre los excesos del morenovallismo: que si la ruedota, que si el MIB, que si la pobreza, que si el maldito tren climatizado y no sé cuántas cosas más. En mi corazón anidé la teoría que al igual que yo estaban muchos poblanos, todos los poblanos y que el cinco de junio aplicarían el voto de castigo. Uf. Ya sabemos qué ocurrió.

El único atisbo de rebeldía de parte de los poblanos fue su abstencionismo. El domingo pasado, el 56 por ciento de los votantes optaron por quedarse en casa en lugar de ir a las urnas a votar por la continuidad que ofertó Tony Gali o a castigar al morenovallismo a través de Blanca Alcalá, Ana Tere, Roxana Luna y Abraham Quiroz. Ni la continuidad ni el cambio de rumbo pegó en los poblanos y por eso la participación apenas alcanzó el 44 por ciento.

Más allá de los estragos de la elección, la campaña electoral arrasó con tres personajes clave del 2018: Blanca Alcalá, Jorge Estefan Chidiac y Alejandro Armenta Mier. Por más que traten de defenderse, de escudarse en la elección de Estado o de justificar el aparato gubernamental, sus respectivos proyectos personales quedaron minados.

La primera en minar su oportunidad de repetir con alguna candidatura es Blanca Alcalá. Y no nada tiene que ver que sea la peor candidata del PRI en las últimas décadas, su problema principal es su repentina desaparición de la faz de la tierra. Esa actitud soberbia de ni siquiera molestarse en darle las gracias a los casi 600 mil poblanos que votaron por ella y los miles de seguidores que trabajaron en su campaña.

Ante la derrota, Blanca Alcalá mostró su peor rostro. La senadora con licencia ni siquiera se ha tomado la molestia de reconocer su derrota, de reconocer que durante la campaña mintió con su empate técnico ni en citar a sus operadores, seguidores para agradecerles el esfuerzo de los 60 días de la intensa campaña.  

Durante la campaña, el reducido grupo de Blanca Alcalá cerró la puerta a empresarios, operadores, voluntarios y militantes, de alguna u otra forma, les impidió participar en la campaña con trabajo de campo, donaciones, negociaciones, intercambios o diseño de estrategias.

¿Por qué Blanca Alcalá pensó que podía ganar una elección de Estado, como ella misma la define, sin el apoyo de otras personas y de otros grupos?

R: por soberbia.

La candidata perdedora permitió que sus más allegados abrieran frentes mediáticos, empresariales y sociales. Un ejemplo claro: la denuncia contra Arturo Rueda y Mario Alberto Mejía en los días de intercampaña; el desprecio a muchos empresarios dispuestos a inyectar recursos y  el rechazo al grupo de Movimiento por la Alternativa Social y a otros grupúsculos enfrentados al gobierno morenovallista.

Uf.

Para colmo de males, la candidata se negó a bajar el dinero para los operadores de campo bajo el argumento: “Esta es una campaña austera”.

Blanca Alcalá hizo todo lo que estuvo en sus manos para convertirse en la Peor candidata del PRI de las últimas décadas. La peor. En la frente llevará marcado de por vida que ni siquiera logró los 600 mil de voto duro ni los 800 mil de voto duro y movilizado. Blanca hoy es el gran fracaso en la política poblana. ¡Lo logró!

El segundo que, desde mi humilde perspectiva, perdió credibilidad y seriedad fue Alejandro Armenta. Hasta febrero pasado, lo tenía considerado uno de los mejores cuadros del priismo y una carta sólida para el 2018, sobre todo por su triunfo en las elecciones pasadas, su preparación y su experiencia en la administración pública.

Era innecesario que peleara y le gritara a uno de los policías privados de Eukid Castañón; era innecesario que se aventara con toda su humanidad contra las mujeres policías en Tecamachalco; era innecesario que le hiciera una manifestación pelona a Eukid en el Congreso de la Unión; era innecesario que presentara el perverso plan de desestabilización “Angelópolis 2016” y era innecesario que le gritara a Agustín Basave cuanta barrabasada se le metió en la cabeza.

Alejandro Armenta perdió toda la seriedad. Se convirtió en un chiste priista, en un loco ocurrente dispuesto a armar un caos en cualquier lugar, en un jocoso que se inventó un plan de desestabilización, en un paranoico perseguido por sus propias ardillas.

Tercero: Jorge Estefan Chidiac es otro perdedor. El dirigente estatal del PRI emergente encabeza la peor derrota del tricolor en su historia y su única carta a jugar para el 2018 es que ganó su distrito en la Mixteca. Perdió el resto del estado, pero en su jacal ganó.

Jorge Estefan es otro incapaz de dar la cara por la derrota. Primero dijo que entendían que habían perdido, y luego dijo que estaban en proceso de impugnación. En ningún momento, el dirigente estatal ha sido humilde para reconocer que los poblanos les dieron la espalda, para reconocer que su candidata no logró convencer, para reconocer que su partido vive una debacle a nivel nacional.

A diferencia de su líder nacional, Jorge Estefan se escuda en la elección de Estado, como una especie de dogma.No lo puede demostrar, pero se le debe creer porque es palabra sagrada.

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Estaré contando las horas en las que Blanca Alcalá sale a dar la cara por su derrota. Javier López Zavala sufrió un descalabro electoral de la misma magnitud y al día siguiente estaba de pie, agradeciendo y reconociendo el triunfo de Moreno Valle. Enrique Agüera hizo lo propio en 2013.

Ojalá Blanca Alcalá mostrara un poquito de decoro.

Miau. 

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