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La homofobia, la misoginia y la intolerancia de la comunidad LGBTTTI

Por Selene Rios Andraca / /

La semana pasada CENTRAL publicó una crónica del reportero Yonadab Cabrera sobre las famosas “cabinas del placer” o “cabinas del amor” que se encuentran en distintos puntos de la ciudad y que son exclusivas para el ambiente gay. La crónica se realizó y se publicó con el objetivo de retratar un espacio del subsuelo poblano, sacar a la luz un poco de los escondrijos donde a diario ocurren historias, besos, sexo y demás cosas. Porque al final de cuentas, algunos periodistas lo único que quieren es contar historias.

En determinado momento cruzó por mi cabeza que la crónica levantaría ámpulas en los grupúsculos más conservadores y moralinos de la sociedad poblana. Sin embargo, ni el periodismo ni la literatura, creo yo, pueden estar atados a los complejos o temores del público ni de sus actores. Con esa base es dirigido CENTRAL.

Aquí puede leer el polémico texto de Yonadab Cabrera.

La crónica está basada en la visión personal y subjetiva del reportero, y en todo momento predomina su perspectiva del lugar. En el texto no se criminaliza ni se exige la clausura de dichos lugares. Se hace una descripción pormenorizada y hasta divertida de estas famosas cabinas a las que muchas personas jamás tendremos acceso. —De ahí su relevancia periodística para aquellos que no logran comprenderlo todavía—.

Y en efecto, la crónica levantó ámpulas, llagas y lamentablemente, odio. Mucho odio. Usted querido lector asiduo a este espacio estará pensando que las católicas descalzas o que las franciscanas de cinturón de cuerda se pusieron espesas y armaron un desmadre en el Ayuntamiento de Tony Gali para exigir el respeto a la moralidad y a las buenas costumbres, y a la defensa de la familia “tradicional”, pero se equivoca.

No fueron ni las carmelitas ni las señoras católicas del Mirador ni los panistas.

Fueron, sorpresivamente, algunos miembros de la comunidad LGBTTTI—lésbico, gay, bisexual, transexual, travesti, transgénero e intersexual— los que protestaron de manera virulenta contra el reportero, la crónica y el medio de comunicación.

¿Por qué?

Porque para algunos miembros de esa comunidad —entre ellos periodistas, activistas, defensores— la existencia de esos lugares debe permanecer en la clandestinidad absoluta por sabe Dios qué razones crean ellos, ya que hasta el momento ninguno de los quejosos ha espetado un solo argumento válido.  

La respuesta de miembros y simpatizantes de la comunidad fue una andanada de homofobia, misoginia e intolerancia. Paradójicamente, aquellos que exigen respeto a la diversidad y a las libertades de expresión y sexual, son los primeros en violentarlas con falacias y banalidades.

 

1.      Los miembros de la LGBTTTI no han emitido un solo argumento racional para invalidar o refutar la crónica del reportero. Sus opiniones versan en ofensas, deducciones, interpretaciones y descalificaciones en contra del periodista.

 

Un activista dijo en Facebook que el problema de la crónica es que se hace en una ciudad donde abunda la extorsión y la corrupción, y que a partir del texto las cabinas serían objeto de dichos delitos. Sin embargo, temo decirle que la existencia de esos lugares obedece a una cadena de corrupción, a la mochada para el supervisor del Ayuntamiento, y su jefe y para el jefe de su jefe. Esas cabinas forman parte del listado de corrupción de la ciudad y así se mantendrán se publique o no.

 

2.      La publicación de la crónica sobre el ambiente gay le costó al reportero una amenaza de muerte y muchas más de golpes. Como si del narco o de la mafia de lenocinio se tratara—La denuncia correspondiente ya está ingresada en Artículo 19—.

 

3.      Algunos miembros de la comunidad iniciaron una lamentable campaña de odio en contra del reportero y del medio de comunicación. Crearon grupos en Facebook, en Whatsapp y en otras redes para distribuir la fotografía de Yonadab Cabrera, para acordar que en caso de reconocerlo, se le golpearía por delator y para acordar que tendrá prohibida la entrada a cualquier lugar de ambiente gay. La intolerancia en su máxima expresión, pues.  

 

4.      Para “descalificar” al reportero, los miembros de la LGBTTTI recurrieron a la homofobia y le lanzaron de manera ofensiva una serie de epítetos que ellos mismos han censurado: joto, puto, putito, jota closetera, maricón, muerde almohadas, gay reprimido y muchos más para asegurar que Yonadab Cabrera no tiene calidad moral para escribir sobre las cabinas.—Como si ser gay le restara habilidades a cualquier persona para ser reportero o para escribir una crónica, intolerantes—.
Y en parte compadezco a esos gays homófobos, siempre han luchado contra el aborrecimiento ajeno y nunca contra el propio, por eso lo único que tienen es odio.

 

5.      La reprimenda contra el reportero no se limitó a las ofensas homófobas, también se valieron de la misoginia para “descalificar” a Yonadab Cabrera. En los comentarios vertidos sobre el reportero para vengarse de su crónica proliferaron: la jota, la mujercita, la loca, la estúpida, la perra, la reportera, la pseudo periodista y un largo etcétera.

¿Qué les hace creer a estos señores que hablarle en femenino a un reportero lo hace menos?

¿Por qué creen que cambiarle el sexo es una venganza contra su crónica?

El discurso de algunos de la comunidad LGBTTTI cargado de homofobia y de misoginia. Qué coctel tan peligroso.  

 

6.      Lo peor es que ese discurso tuvo eco y resonancia en los defensores de derechos humanos y sexuales, en activistas y en luchadores por la igualdad, el respeto a la diversidad y la libertad de expresión. La incongruencia de los llamados activistas en Puebla floreció en el debate sobre la crónica.

Un transgénero que ha peleado para que le hablen en masculino y hasta renunció a su trabajo porque le decían “licenciada” en los oficios, fue el primero en decirle a Yonadab Cabrera, “la reportera”, “se hizo maldad sola” y otras linduras contra las que él ha luchado.
Uno de los principales activistas y organizadores de la marcha contra la homofobia fue el más cruento y homófobo contra el reportero:

Tenemos derecho al gozo, al placer y a relacionarnos sexualmente con quien queramos. Quien no quiera, que no vaya, que no vea y que no juzgue. Ya basta de tanta pinche jota moralina, mocha, homofóbica y envidiosa como muchas, entre ellas, la tal Yonadab”.

7.      Desconozco en qué momento algunos líderes de la comunidad se erigieron como la máxima autoridad censora en Puebla como para que ellos decidan qué se publica en los medios sobre el ambiente gay, en qué medios y lo que no.

 

8.      Desconozco en qué momento estos mismo líderes de la comunidad se erigieron como los dueños de la clandestinidad de los espacios de ambiente como para condenar a un medio de comunicación por revelar su existencia y su forma de operar.

 

9.      Ni las Cabinas de la Margarita ni las del Centro fueron clausuradas. Es una mentira.  

 

10.    La comunidad LGBTTT responde con virulencia a la libertad de expresión. La misma reacción tuvo en 2007 cuando el reportero Edmundo Velázquez publicó a detalle la finalidad de las termas y de los cuartos oscuros de los antros. También recibió amenazas, correos electrónicos y cartas. En esos días las redes sociales no existían, por lo que el odio estaba medianamente controlado. Los lugares mencionados en el reportaje no provocaron ni clausuras ni cierres ni nada. Las termas y los cuartos oscuros prevalecen hasta la fecha. Sin embargo, la comunidad se volcó en asegurar que sería un caos, que clausurarían y que todo se había terminado.  

La reacción violenta de los integrantes de la comunidad no censurará ni coartará la libertad de expresión de este medio, como no lo ha hecho ningún poder.

Seguiremos publicando historias del subsuelo poblano hasta que revienten las ámpulas de los censores, intolerantes, misóginos, homófobos, conservadores, morenovallistas y cualquier etiqueta que traiga usted a la mano.

Salud.

P.D. Recuerden que el odio engendra más odio.

P.D. II Me encantaría leer un reportaje sobre la seguridad sexual y física de estos lugares, y demandar públicamente que los espacios de encuentro de este tipo sean seguros para la comunidad. Eso debería importarnos más que las banalidades que pregonan en sus redes sociales. Seriedad, señores. 

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