Thursday, 18 de April de 2024
Domingo, 16 Agosto 2015 13:55

Vanidades literarias, la materia prima del crítico

¿Qué es la crítica literaria? Los ensayistas Eduardo Huchín, Geney Beltrán Félix, Gabriela Damián Miravete y Luis Bugarini explican a detalle los modos de hacer crítica literaria

Por : Julieta Lomelí / @julietabalver

La crítica literaria es un híbrido que gusta disimularse con la prosa beligerante, la reseña optimista y el texto comprado, incluso financiado por las editoriales —todo editor con visión de futuro, debería tener a sus reseñistas aduladores—.       

A la crítica también le place habitar las universidades. El crítico puede ser un académico, dedicado a escribir sobre obras y autores desde un tono metódico, que a veces consigue un sentido más objetivo que la del crítico dependiente de periódicos y revistas literarias, aunque quizá no logre lo que el segundo: un público amplio de lectores.

Como sea, la crítica desenvuelta a partir del cubículo universitario, desde la libertad de un creador, la ambición empresarial de un editor, o el hambre de un colaborador semanal de algún suplemento cultural, siempre estará envuelta en un terreno pantanoso, del cual resulta ocioso entrar a nadar sin ensuciarse.    

Sobre este escenario volátil y de fronteras indefinidas, trata Crítica y rencor (Cuadrivio, 2015), una antología que reúne a diez voces nacidas en los setenta, con el fin de poner en el ágora del papel, una serie de reflexiones sobre lo que significa dedicarse a la polémica y muchas veces poco querida labor del crítico.

Con perfiles muy distintos, Crítica y rencor tiene la virtud de reunir convicciones divergentes, logrando que sus ensayos no se parezcan entre sí. Cada autor, aporta una visión interesante sobre el asunto —en la mayoría de los casos—, tejida con un estilo rebelde y contestatario, que no se deja vencer por la corrección política, los favores o deudas a alguna tendencia de la crítica.  

Luis Bugarini, Alejandro Badillo, Geney Beltrán Félix, Gabriela Damián Miravete, Guillermo Espinosa Estrada, Miguel Ángel Hernández Acosta, Eduardo Huchín Sosa, Mónica Nepote, Jezreel Salazar y Ricardo Sevilla —en dicho orden—, son los escritores que forman parte de Crítica y rencor.

Aunque la crítica literaria en momentos se mimetice con las diferencias sentimentales entre el crítico y el autor de la obra que se juzga, finalmente su labor sí trasciende al ámbito de los afectos, de los párrafos que gustan o disgustan, y de los juicios a favor y en contra sobre un montón de palabras. Alguna vez comentó al respecto, Christopher Domínguez Michael, que el crítico trabaja con un asunto muy delicado: “la vanidad literaria”. 

Sobre los vaivenes de las vanidades literarias, tuve la oportunidad de dialogar con cuatro de los autores que configuran Crítica y rencor, aquí el resultado de nuestras conversaciones.

Otra crítica es posible

Eduardo Huchín (Campeche, 1979) Ensayista, crítico y actualmente editor en Letras Libres. También es músico del dueto Doble vida. Huchín tiene la virtud de ser interdisciplinario y no quedarse estancado en un solo estilo, ni en una sola disciplina. Entre sus textos encontramos desde un análisis de la cultura pop y una que otra meditación sobre el porno, hasta el ácido estilo de la crítica y sus verdades, todo esto desde el tono humorístico que siempre lo caracteriza. Es autor del libro ¿Escribes o trabajas? (FETA, 2004).

JL.En tu ensayo Otra reseña negativa es posible, comentas, con cierta ironía, que si aún pensáramos en los buenos libros como aquellos capaces de encerrar novedad y originalidad en “ideas incendiarias y pertinencia política”, quizá lo usual sería situarlos en un “contexto de crisis donde todo eso haga falta”. De tal manera, si a alguien no le gusta esa o aquella crisis, siempre habrá muchas otras con las cuales podrían adherirse. Así, pareciera que la crítica puede o no tener un propósito social, puede o no gozar de un propósito estético, y finalmente, está posibilitada a defender o denostar cualquier causa. Entonces, para ti, ¿cuál es la pertinencia de la crítica, si no tiene ninguna cohesión con algún tipo de verdad?

EH.Es engañoso usar la palabra “verdad” para determinar la pertinencia de algo: evidentemente vamos a llamar “verdad” a todo lo que consideremos pertinente para entender una época. Si no estoy exagerando, precisamente porque no hay una verdad a la cual adherirse, es que la crítica –es decir: el análisis y la discusión de la literatura que es un análisis y una discusión de un momento histórico– es muy pertinente. Alguien me dijo, o quizás lo soñé, que el buen crítico sabe identificar el tipo de crisis que es relevante para un momento dado y sabe convertirla en una crisis estética. Esa necesidad de discusión puede considerarse, en todo caso, la “verdad” del crítico.

JL.¿Desde esta visión tan plural que mantienes sobre la crítica, qué certezas se le podrían pedir a dicho ámbito? ¿Ninguna?

EH.Advierto cierto pánico al relativismo que vendría en una crítica sin certezas: legitimar en algún futuro próximo obras de escaso valor artístico. Decir que engordar “El Aleph” es tan revolucionario como haberlo escrito. Pero tener una agenda específica —digamos el humanismo liberal o el marxismo—, no ha librado a la crítica de legitimar obras tan malas que deberían darle un premio a esos críticos por lograrlo. Lo que podemos pedirle a la crítica es una argumentación inteligente y una investigación seria. Y si es posible, una redacción clara. Según yo, si un argumento puede formularse con humor, es posible que no sea una tontería.

JL.En tu ensayo, cuando comentas que “otra reseña negativa es posible” e incluso más necesaria que nunca, ¿cómo piensas que ésta debería ser?

EH.Creo que para hacer una reseña negativa de calidad, el crítico debería estar convencido de que servirá para algo más que para alejar a los lectores de un mal libro. También debería responder a una duda genuina: "¿por qué este libro no me satisface?", en lugar de responder a la pregunta "¿cómo puedo hacer más comentarios estúpidamente soberbios para hacer quedar mal a este autor?" Las buenas reseñas negativas, por ejemplo, no se detienen en los detalles de redacción, a menos que sea eso precisamente el punto que discutan —el profesionalismo de la labor editorial, por ejemplo—.

Literatura y autoconocimiento

 

Geney Beltrán Félix (Sinaloa, 1976) Narrador, ensayista y crítico literario. Fue editor de literatura del Fondo de Cultura Económica. Su relación con la crítica también la ha compartido con la reflexión académica y la labor de traducción. Su último libro: Cualquier cadáver (Novela, 2014).

JL.En Crítica y rencor escribes que nadie le pide ya a una novela conseguir la paz mundial. Pero frente a crímenes de odio, ejecuciones inexplicables, y sucesos violentos de los cuales en México nunca tendremos responsables, ¿qué le queda a la escritura por hacer, tanto para la salvación individual y en soledad, como para algún tipo de redención común? ¿Es esto posible?

GB. El texto es un registro de perplejidades. ¿No es ya insuficiente insistir con que la escritura cumple la función de dejar un testimonio crítico de la época? En el plano individual, la escritura, sea ficción o ensayo, da pie a un proceso de conocimiento interior, a una evolución de la psique, ciertamente. Pero en el plano social, dadas las condiciones estructurales de la sociedad mexicana, cada vez resulta más claro que, por más que se escriba y publique, no existe una franja de lectores con quienes se establezca un diálogo. ¿Cómo incidir entonces en la realidad inmediata? Más que nuevas obras, la literatura mexicana parecería requerir de funcionarios en la Secretaría de Educación que cambien de manera radical y comprometida el desastroso escenario en que los libros no cambian nada.

JL. Voy a repetir la pregunta que dejaste abierta en tu ensayo, con la esperanza de que la contestes. ¿Cómo lograr un cambio a través de la escritura, si las posibilidades de que cualquier prosa transforme por dentro a un lector, ante el ruido frívolo y numeroso del mundo y sus escándalos, son ya de por sí escasas?

GB.Esa cita es la perplejidad mayor. Quizá la invisibilidad actual de la literatura tiene un sentido trascendente que no hemos querido acatar: que se requiere una refundación ascética de la marginalidad más allá de coquetas posturas vanguardistas. Es decir: que la misma noción de marginalidad ha sido legitimada al interior del discurso literario como un atributo, cuando tendría que ser no un elemento reivindicado sino, más bien, el nuevo punto de partida desde el que se regrese con las preguntas medulares, las esenciales, de cara a la invención de un lector futuro.

Hacer crítica desde la autocrítica

Gabriela Damián Miravete(Ciudad de México, 1979) Cuentista, ensayista, crítica, editora, guionista y locutora. Ha publicado La Tradición de Judas (CONACULTA, 2007). Defensora de la literatura fantástica y lúcida representante de la narrativa de ciencia ficción.  

JL.En tu ensayo de la antología Crítica y rencor, comentas que te ha sorprendido que los críticos categoricen sin piedad e incluso hasta con crueldad a sus pares, que también gustan de leer libros. Dices que “los lectores a la hora de profesionalizarse”, con el título adquieren automáticamente un prestigio que si bien no es tan glamoroso como el de quien escribe, sí tiene su propio poder, y muchas veces se ejerce ninguneando, despreciando, o anulando al escritor sobre el cual se habla. Desde este sentido, ¿crees que el escritor —que no hace crítica—, tiene una pertinencia o valor mayor al que sí la práctica?

GD.No. Creo que quienes escriben y quienes critican tienen dos búsquedas y preocupaciones diferentes. Hay gente que hace crítica que escribe mejor que ciertos autores, y hay autoras o autores que tienen mayor capacidad de análisis que algunas personas que hacen crítica… es decir: no creo que la literatura revista automáticamente a nadie con un velo de grandeza, y no creo que la relación entre la literatura y la crítica sea una competencia en la que alguna de las dos deba “ganar”. A lo que me refiero es que cierta crítica es muy proclive a reproducir juegos de poder, como en el caso de los críticos que juzgan severamente ya no a las obras ni a los autores, sino a los lectores, a partir de criterios discriminatorios (como la clase, la educación o el género). Lo que sí creo es que sería positivo que ambas partes se contagiasen con un poco más de frecuencia: que quienes escriben ejercieran más la crítica —sobre todo la autocrítica—, y que los críticos fuesen un poco más creativos e introspectivos.  

JL. Ante este cuestionamiento que le haces a la reseña negativa, ¿qué otra forma de hacer crítica sugerirías tú?

GD.Creo que hacer crítica es una labor más compleja que hacer una reseña “negativa” o “positiva”. De hecho, para mí lo ideal es que la crítica sea incómoda, que cuestione, que ilumine no sólo los elementos y estructuras que componen una obra, sino que también evidencie la posición desde la que los autores hablan y construyen un discurso, una estética. Creo que si se hace una crítica honesta, despojada de anquilosamientos, prejuicios y juegos de poder, puede ser muy iluminadora incluso para los propios creadores: aunque el balance de sus obras resultase “negativo”, creo que saldrían ganando. Me ilusiona esa perspectiva. Para mí en eso consiste la política de ubicación de la que habló Adrienne Rich: hacer crítica atendiendo a la multiplicidad de tramas que conforman a una obra, al contexto, incluso, al cuerpo. Hacer crítica ejerciendo la autocrítica. 

El único compromiso es con el lenguaje

Luis Bugarini (Ciudad de México, 1978) Novelista, poeta y crítico literario. Es autor de la trilogía Europa: Estación Varsovia, Perros de París y Memoria de Franz Müller (Sediento ediciones)y de Cuaderno de Hanói (Cuadrivio, 2014). Este último un libro de cuentos, que de una forma disimulada, desenvuelven una crítica. Dentro de su narrativa, Bugarini tiene un estilo de escritura reflexivo que logra sin perder el sentido estético de las palabras. Un autor que le apuesta a la profundidad.

JL.En tu ensayo dices que la crítica redux es la que se esfuerza por dialogar y decir algo sobre el complejísimo engranaje de la vida: de construir puentes entre la literatura, y otras artes, entre la cultura popular y aquella que se reconoce como “alta cultura”. Pero también de trabajar también con la tecnología, las redes sociales y la avidez de novedades. Sin olvidar que todo esto habrá de empaparse de una consciencia histórica, con el afán de proyectarse hacia la estructuración de un estilo personal y original que hable sobre obras y autores, e intenté finalmente “afianzar una coordenada que, desde la tradición literaria, permita movilidad y un trazo firme de cara a las exigencias del presente”. En primer lugar, si tuviéramos que ser más concretos, e incluso recluirnos a un discurso más bien enraizado en la cotidianidad de un lector común, de un ciudadano que camina por las calles entre la incertidumbre de un país violento, ¿cuáles crees que sean estas “exigencias del presente” en la crítica literaria mexicana actual?

LB.No me parece que la crítica literaria deba tener preocupaciones sociales en sí misma. Es un ejercicio del gusto para valorar y relacionar productos culturales. Parto de la idea de que el “ciudadano que camina por las calles”, al que te refieres, debe orientarse en la actual selva productiva de objetos interminables y, por lo mismo, la crítica es una herramienta fundamental. Ahora bien, desde una perspectiva más amplia, la crítica literaria es una forma especializada de la crítica a secas, que se ejerce para cualquier acto de la vida: votar, acudir al cine, llevar un auto al taller. Vivir requiere del juicio crítico. Es claro que el país no atraviesa su mejor momento y lo mejor será pensar que tardará en normalizarse. La violencia se ha vuelto un estado hegemónico y para contrarrestarlo se necesitan ciudadanos críticos, capaces de hacer una evaluación en conjunto del entorno, para proceder a vertebrar una nueva opción ciudadana.

JL.En alguna parte de Crítica y rencor mencionas que “el crítico necesita olfato porque ya no tiene que ver con asuntos de higiene social, sino con el uso que se le da al tiempo”. Me puedes decir entonces ¿cuál es la labor del crítico literario frente a su realidad política, y frente a la atmósfera social de la cual jamás logra deslindarse?

LB.Dudo que el crítico deba tener un compromiso con la realidad. Al ser un escritor su compromiso sería con el lenguaje, con escribir lo mejor posible, para utilizar la expresión de Carlos Monsiváis. Puede asumir un compromiso, si es su deseo, pero no es inherente a su acción como crítico. Es concebible un crítico esteta y sofisticado que no busque cambiar el estado de las cosas, sino explicarse a sí mismo la complejidad del mundo. Esto es: no es un político en primer término. Ese es otro rol social y para eso existen los canales institucionales. Si bien la escritura tiene una dimensión política —el silencio es una forma de connivencia—, la multiplicidad de voces deriva en un sinfín de ideas que terminan por desbordarse. De ahí que siempre hago llamados a generar nuevos críticos.