29 de Marzo del 2024

El conformismo según la estabilidad

Por Rolando Ochoa Cáceres / /

panza identifi

Hace una semana, en un bar, la chica de la banda comentó que uno de los músicos que la acompañaba había renunciado a un trabajo estable con un sueldo factible para emprender un negocio propio. La cantante dijo que se necesitaba demasiado valor para renunciar a la estabilidad.

La estabilidad, vista desde aquí como una especie de conformismo, puede ser aquello que no nos da una mayor preocupación, aquello que es de alguna forma seguro y también es una constante rutina. La estabilidad sugerida como conformismo promueve tranquilidad y también detenimiento.

Cuando le aplaudimos al chico de la banda en realidad me pregunté cuántos habíamos tomado una decisión como esa, cuántos la tomamos o cuántos la hemos abandonado.

Me hice la pregunta sobre mis aspiraciones, sobre mis ambiciones. También cuestioné aquellas que siguen latentes, aquellas a las que les hace falta un pequeño empujón y me pregunté si en realidad existe eso a lo que se llama estabilidad.

Si, como dicen, somos un barril sin fondo, somos quienes siempre estamos aspirando algo más, que siempre deseamos, que siempre estamos anhelando, entonces ¿cuándo se cumple eso de la estabilidad?

Me hice esta pregunta y no solamente comencé a temblar por el picor de unas alitas habanero que prácticamente me durmieron por minutos las manos y las piernas, también porque llegué a la conclusión, muy arriesgada, de que también esa especie de estabilidad (insisto en llamarla conformismo) está regida por los tintes del miedo.

Como dije anteriormente nos detiene y el miedo paraliza, lo cual, parece ser una mezcla tremenda.

Recordé aquella ocasión en la que puse el billar-restaurante con mis padres y recordé aquellos señalamientos por parte de la gente hacia mis acciones: cómo un próximo maestro en literatura se iba a dedicar a manejar un billar, el cómo tras tantos años de estudio había preferido el negocio de la comida y el juego, que ser profesor era una cosa pero ser cocinero, coime, mesero y por las noches, un lavabaños era otra.

Me llegaban ofertas de trabajo para dar clases de historia, de idiomas y de otras materias que en nada tenían que ver con la literatura y me ofrecían un sueldo no demasiado bueno pero sí, un horario, un empleo “formal” y un regreso a la categoría del profesional, es decir, había una cierta estabilidad y en cambio, en mi billar, existía todo menos estabilidad pero eso sí, era mío, a mi manera, a mi estilo, a mi forma, a mi horario y a mis ocurrencias.

Durante esa noche en el bar, al ver al hombre disfrutar su música pensé que la estabilidad también es una especie de adiestramiento, una forma del molde que se nos diseña para ser y contener nuestra energía, nuestros sueños, nuestra temeridad, nuestra valentía.

Muchas veces se nos ha dicho que luchemos por aquello que queremos siempre y cuando no nos salgamos del molde y la verdad es que ese molde está sumamente limitado por juicios y valores que se diseñan desde siempre. La estabilidad es orden y siento que probablemente, ese orden, pulverice y enferme todas aquellas mentes que tienen un virtuoso talento conforme a sus anhelos y que están ensombrecidas y detenidas frente a una pantalla, una pila de papeles y un horario de oficina.

Me asombra y admiro demasiado a esa gente que de un día para otro decide dar ese pequeño paso creyendo más en sí mismos que en sus victorias o fracasos futuros. Me parece que la estabilidad bien puede funcionar como objeto de la antigüedad, caro y lindo pero polvoso, huraño, olvidado.

Esa noche, cuando terminaron de tocar y se me pasó el picor del habanero pensé que la estabilidad que genera conformismo nos aparta de la vida, nos vuelve serviles, grises, temerosos, controladores... todo aquello que nos aparta de la experiencia, del conocimiento, de la aventura, de la felicidad.

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