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El futuro profesional del maestro no debe depender de la evaluación de sus alumnos

Por Martín Ochoa / /
El futuro profesional del maestro no debe depender de la evaluación de sus alumnos
Foto: Especial

 

Imagine por un momento mi querido lector que va a enfrentar un proceso de evaluación de desempeño laboral, para esto desde el principio le comentaron que la permanencia en la empresa donde usted trabaja depende de dicho resultado y donde el criterio de evaluación estará sujeto a la apreciación que tienen sus clientes acerca del desempeño que usted les ha brindado durante el año en que ha trabajado con ellos, hasta ahora nada extraño ¿verdad?, sin embargo hay un par de trampas ocultas en esta evaluación.

La primera es que la forma en la que sus clientes le evaluarán será usando sus propios juicios, intereses y deseos más allá del producto, o servicio que le ofrece, esto es, para el cliente la calidad que usted le proporcionará será valorada de acuerdo con criterios puramente subjetivos sin importar el producto.

La segunda es que su jefe le exige que debe entregar un producto con ciertas características de calidad, debe cumplir con la lista de verificación y que además si el cliente “siente” que no le gusta cómo le está otorgando el servicio, usted debe desarrollar estrategias que cumplan con dicha lista de verificación pero que además tiene la obligación de cubrir las subjetividades que sus clientes le pidan con la intención de que “esté satisfecho” y no se vaya a otra marca.

Un ejemplo alternativo: es fácil imaginarse a un vendedor de autos quien ofrece un producto donde está claramente identificado el producto así como las características técnicas, el precio y las condiciones de operación, pero imagínese ¿qué sucedería si el cliente solicita que en lugar de querer cuatro ruedas desea que el vehículo tenga seis, y que además su jefe le dice que usted tiene que “desarrollar estrategias” para que este auto termine teniendo seis ruedas. Evidentemente estamos frente a un absurdo donde ningún trabajador podrá cubrir con las necesidades del cliente.

Bueno pues esto es lo que sucede en la mayoría de las instituciones educativas privadas que realizan evaluaciones a sus docentes y en donde el principal criterio de recontratación es que el docente sea evaluado positivamente por parte de sus alumnos. Imagínese que estamos frente a un paradigma apoyado en un enfoque equivocado de la “calidad educativa” (y no académica) donde el futuro profesional de un docente que tiene –pongamos un ejemplo- 10 años de trayectoria, depende de un conjunto de jóvenes que tienen a lo sumo 19 años de edad.

¿Le gustaría que su futuro ingreso familiar dependiera de la apreciación de un puñado de muchachos? Esta es una pregunta que he realizado en un sinfín de coloquios relacionados con el tema de la “calidad educativa”, la respuesta esperada y contundente es un rotundo no.

Sin embargo esta mala práctica persiste y no solamente en una serie de institutos y universidades poblanas, sino que infortunadamente ha recorrido el espectro nacional e iberoamericano. Evidentemente hay un problema de criterio mismo que requiere ser revalorado.

Y es que de inicio, la institución se equivoca al pensar que en todas las etapas de su formación, el alumno es un cliente, me resulta molesto pensar en la mercantilización de la educación y aún más la introducción de “técnicas empresariales” a las instituciones educativas pretendiendo que con incluir política de calidad, programas de 5s o encuestas de satisfacción del cliente, mágicamente la calidad educativa emerge.

Lógicamente este es un error de concepto, el pensar que la manera en la que se gestiona una empresa debe ser equiparable a la de una institución educativa es un absurdo, por ejemplo: en una empresa se fabrican piezas y si estas salen mal se realizan acciones correctivas, el producto pasa a scrap y se corrige el proceso. Mientras que en las instituciones educativas (asumiendo que el producto es el alumno), no es posible aplicarle un circulo de Deming ni mucho menos enviarlo al contenedor de desperdicio.

Esto habla de la pobre preparación que tienen los administrativos de dichas instituciones y en donde el tema más recurrente, más que la calidad académica (ahora sí), es la matricula, y es que me han comentado frases como: “si no se hace de esta manera, el alumno buscará otro lugar”. (léase que: si no satisfago sus caprichos se va de la escuela y pierdo una matrícula). Bajo este panorama es evidente que siempre primará el factor económico sobre la preparación de los muchachos y en donde el principal actor en el proceso de enseñanza (el maestro) tiene que poner en la balanza el mantener su fuente de ingreso a costa del futuro de sus alumnos o exigir que el alumno se empeñe en desarrollar sus capacidades aunque eso le resulte incómodo.

La presión de los administrativos por encima de los académicos es tal, que he sido testigo de casos en donde el maestro tiene que: desde regalar la calificación disfrazada de “un trabajo extra” hasta tener que vestirse de hombre araña para que el grupo de alumnos esté contento y no le corran del trabajo.

¿No les parece una incongruencia? Estamos frente a un problema dramático, porque si bien es cierto que para el alumno en el “aquí y ahora” le resultará más cómodo no saber operaciones con números fraccionarios –y con ello evitar la frustración-, lo cierto es que en el día de mañana ese mismo joven estará frente a un jefe quien le exigirá calcular un porcentaje y nuestro alumno no podrá hacerlo, con las evidentes consecuencias laborales que ello tiene.

Parte de esta responsabilidad está en los mismos padres de familia quienes “apoyan” a sus retoños de 18 años yendo a la universidad a cuestionar desde calificaciones hasta asistencias (e incluso la pedagogía y la didáctica del profesor). Cuando esto sucede, los administrativos ponen al frente al maestro quien, aunque les explique temas que van desde el reglamento escolar hasta las consecuencias de que un futuro profesional no llegue puntual al trabajo, no se escapará de la furia paterna, la amenaza de dar de baja la matrícula del “niño de 18 años” y hasta amenazas legales, a estas alturas, es fácil adivinar el fin de estas historias.

El papel del estudiante es claro: tiene la obligación de estudiar, de enfrentar con certeza el reto que el aprendizaje lleva consigo mismo, saber superar la frustración y desarrollar competencias que le hagan un profesional satisfecho consigo mismo. Nada de esto será posible mientras se siga interfiriendo en la labor académica, por lo que los modelos educativos de las Universidades que priman la evaluación de los alumnos sobre la calidad académica deben modificarse.

Cuando me han preguntado acerca de cuál universidad es mejor, respondo que es aquella que prima la “calidad académica” sobre la matrícula, aquella donde el maestro no ve al estudiante como su cliente sino como lo que es: un alumno, y que por lo mismo tiene que exigirse para dar lo mejor de sí mismo, no solamente con la materia en cuestión sino con el desarrollo de valores y principios universitarios, aquella donde la academia trabaja de manera independiente de la administración, y en donde más allá de certificaciones, el alumno desarrolla su profesión a través de esfuerzo honesto mismo que es acompañado de docentes con vocación, compromiso no sólo con el alumno sino con la familia de dicho joven y específicamente con la sociedad que en un futuro lo contratará.

Créanme, no es bueno escuchar el canto de las sirenas de las universidades que pregonan un alto nivel académico pero que vienen acompañados de prácticas coercitivas hacia los docentes disfrazadas de evaluaciones donde los alumnos tienen la última palabra, el futuro de sus hijos merece más que eso.

 

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