Aviso importante:
Por respeto a los queridos lectores no mostraré las imágenes que evidencian los hechos a continuación narrados.
Sí, ya lo dije, algunas segundas partes son muy buenas, incluso mejores que las primeras y por eso los escritores y cineastas hasta zagas deciden hacer. Yo por supuesto ya me sumé a esta ola de segundas partes y de qué manera.
Mi primer “Qué pasó ayer” fue en la primavera del 2015 en la Boda de mi gran y guapa amiga Gaby Pérez Bazán en Tepoztlán.
Aquella ocasión vomité, me aferré a una ventana, me rodé con Arturo Rueda cual panditas por una loma, nunca supe si me besé con un humano o un perro, si anduve desnudo, me hice pipi o popo y al final quedó la evidencia.
Los estragos de aquel “Qué pasó ayer” fueron una terrible cruda física y moral, un celular perdido, un carro y un sombrero vomitado, un pantalón roto de un chacal desconocido y varios moretones de Arturo Rueda.
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¿Qué pasó ayer? Segunda parte
En esta ocasión el escenario fue en la ciudad de Puebla, unos XV años. Ya presentía que algo estaba por salir mal desde que empecé a tomar caballitos de tequila como si no hubiera mañana, creo que bastaron 5 caballitos para que perdiera la noción del tiempo, el espacio y las personas.
Dicen que me salí de la fiesta caminando como zombie.
No sé en qué momento me puse una peluca gris brillosa.
Tampoco cuando me puse unas trenzas.
O cuando bailé con la Pájara Peggy.
Dicen que cargué por dos horas un marrano de cartón y papel al que no quería soltar porque era mi “puerco araña”.
Y menos recuerdo haber sacado mis dotes de teibolera, cuando colocaron un tubo al centro del salón y obvio todos tenían que bailar.
Sí, bailé y bailé, dicen que le di vuelo al tubo cual buena amiga de la vida nocturna.
Me subí a una mesa para bailar y gritar.
Me tiré al pasto.
Y claro, me puse necio e impertinente.
Solo espero no ser el único que hace estos desfiguros en las fiestas épicas.
Moraleja: aléjense del tequila.
¡Claro! Chinguen al guapo.