Thursday, 25 de April de 2024

Vida y Estilo

La residencia para trabajadoras sexuales de la tercera edad existe y está en México (VIDEO)

- Fotos: © Bénédicte Desrus

La mayoría proviene de familias donde la violencia es habitual. Analfabetas, sin estudios y sin identificación, llegaron al D.F. en busca de trabajo. Acabaron prostituyéndose y viviendo en las calles, aisladas por sus familias cuando descubrieron la profesión a la que se dedicaban

Por Play Ground /

 

Trabajan en los barrios de la Merced, Tepito, Loreto, Granaditas o la Soledad, en la ciudad de México. Muchas pasan inadvertidas. Sentadas en un banco, visten como cualquier mujer de 60 años: zapato plano, calcetas, falda hasta los tobillos y una rebeca. Son trabajadoras sexuales que viven en un estado de indigencia que en ocasiones les obliga a aceptar hasta 10 pesos (50 céntimos) por prostituirse.

La mayoría proviene de familias donde la violencia es habitual. Analfabetas, sin estudios y sin identificación, llegaron al D.F. en busca de trabajo. Acabaron prostituyéndose y viviendo en las calles, aisladas por sus familias cuando descubrieron la profesión a la que se dedicaban. Han sido estigmatizadas y en muchos casos esclavas sexuales de redes de trata de mujeres demasiado atemorizadas para denunciar, ya que, según sugieren algunas, sus proxenetas tienen relación con las autoridades del país. Las que se atrevieron a denunciar, acabaron muertas. Así que prefieren callar y seguir con sus vidas.

Las invisibles

Estas mujeres, invisibles ante la sociedad y que rondan el 2% de la población, han encontrado un lugar donde retirarse dignamente y poder descansar en paz hasta que les llegue el momento de morir. Casa Xochiquetzal se creó oficialmente en 2006 para albergar a trabajadoras sexuales de la tercera edad que viven en situaciones de pobreza extrema y sin un núcleo familiar que las apoye.

La historia de este albergue, único en su modelo, se remonta a la lucha de Carmen Muñoz, ex trabajadora sexual que, alarmada ante la situación que vivían sus compañeras, decidió buscar soluciones.

Ella es ahora un icono de la defensa de los derechos de las prostitutas de la tercera edad. Muñoz llegó a la ciudad de México con 22 años, sin trabajo y con siete hijos a su cargo. Sentada en la Plaza del Loreto, alguien le dijo que podía ganarse 1.000 pesos (50 euros) si se acostaba con un hombre. Fue la vía que encontró para alimentar a sus hijos y la profesión que ha ejercido durante más de 40 años.

Sin embargo, trabajar en la calle tiene sus consecuencias: palizas de los proxenetas, policías que le exigían dinero, los insultos y el acoso sexual eran diarios. Carmen acabó volviéndose adicta al alcohol y las drogas. Todo eso ya quedó atrás.

Fue a finales de los años 90 cuando Muñoz comenzó a percatarse de la situación que vivían sus compañeras, ya mayores de 50 años. Muchas padecían enfermadades como artrosis, sida o cáncer. Dormían en las calles y en los parques porque no les llegaba el dinero para alquilar un cuarto. No tenían acceso al seguro médico porque no tenían ningún documento de identidad y nadie quería pagar más de 50 pesos por acostarse con ellas. Entonces decidió hacer algo.

La historia de su fundadora: Carmen Muñoz

Muñoz se puso en contacto con Martha Lamas, Elena Poniatowska y Jesusa Rodríguez para explicarles la alarmante situación de las prostitutas de la tercera edad. El resultado no se hizo esperar. El por aquel entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés López Obrador, cedió un edificio en ruinas que antiguamente había sido el Museo de la Fama, y concedió un préstamo para rehabilitarlo. Nacía así Casa Xochiquetzal, nombre de la diosa azteca del amor y el placer, en 2006. Ubicado en pleno centro de la ciudad, el albergue ha acogido a más de 300 mujeres desde que se fundó. Ofrece comida, atención médica y psicológica y cariño, mucho cariño.

"Estas mujeres sufren actualmente una triple discriminación: por ser mujeres, por ser trabajadoras sexuales y por ser de la tercera edad", explica Jésica Vargas, la joven directora del centro, del que lleva al mando ya seis años. "En este albergue les ofrecemos un lugar donde poder retirarse, si quieren. Algunas siguen ejerciendo la prostitución, pero nunca en la casa", relata Vargas. "

Las condiciones para poder entrar en este albergue de dos plantas, con nueve habitaciones de tres camas, es ser mayor de 50 años, ser trabajadora sexual y no tener un núcleo familiar o ingresos económicos. Actualmente conviven una treintena de mujeres.

Desde este refugio les damos comida tres veces al día, asistencia sanitaria y psicológica y además talleres para que aprendan profesiones como bordados y artesanías que puedan vender y conseguir así dinero sin tener que recurrir a la prostitución. Además tenemos una serie de normas como: respetarse las unas a las otras, respetar al equipo que dirige el refugio y una normas básicas como limpirar su cuarto, cocinar una vez al mes para todas y hacer de este lugar su casa", relata la directora.

Historias de violencia, de malos tratos, de abusos y de repudio familiar detrás de cada rostro

Muchas han sido repudiadas por sus propios hijos y eso es una herida difícil de cerrar. Han vendido su cuerpo para sacar adelante a su familia, para que tuviesen más oportunidades de las que ellas tuvieron y al descubrir que trabajan de prostitutas las dejaron de lado. Algunas consiguen retomar contacto, pero no es lo común", asegura Vargas.

Una de las mujeres que llegó a este albergue y que falleció al poco tiempo había sido atropellada por un autobús. Se rompió la cadera y tuvo que pedirle ayuda a sus hijos. La abandonaron en una de las paradas de autobús hasta que otra trabajadora sexual la encontró y la llevó hasta el albergue.

La Casa Xochiquetzal recibe algunas ayudas del Gobierno, por ejemplo, atención médica, obtención de algunos mediamentos y comida. También las ayudan a conseguir una identificación para poder tener acceso a las ayudas del Gobierno. Pero la gran mayoría de los recursos provienen de donativos, de proyectos de ONG. También de artistas como la escritora Celia Ramos y la fotógrafa frances Bénédicte Desrus, que editaron el libro "Las amorosas bravas".

O el fotógrafo Malcom Venville, que documentó y fotografió durante un año las historias personas de estas mujeres en su libro "The Women of Casa X". En ambos casos, los ingresos van destinados al albergue y a las mujeres y para ellas, según explica la directora Jésica Vargas, ha sido toda un experiencia porque las ha hecho sentirse importantes.

En cada página sus rostros y sus cuerpos desnudos. Y las historias de Norma, Eli, Candela, Marbella, "EL diablito" o "La Canela"." Son historias muy duras. Mujeres madres a los 13 años, mujeres repudiadas por sus familias, mujeres con síndrome de down. Mujeres que, al fin y al cabo, han tenido que sobrevivir en la calle y que han encontrado en este albergue el hogar que nunca tuvieron", resume Vargas.

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