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Largo y sinuoso camino

Por Rolando Ochoa Cáceres / /

panza identifi

Mi madre falleció hace tres años y, como es de suponerse, cada año se vuelve un tanto más difícil convivir con esa ausencia que significa eterna. El primer año lo viví con un gran estado de shock, todo estaba detenido y mis pasos estaban constantemente acompañados por el “Across the universe” de los Beatles. El segundo, un tanto más consciente, lo viví en la ficción de que todo ya estaba superado y que podía, ahora sí, convivir con su ausencia. Hasta intenté hacer o crear una familia, intento que sin más tuvo una caída sumamente golpeada titulada “el re-fracaso”, y el autoengaño sirvió no para hacerme fuerte, sí un tanto más vulnerable a consciencia. El autoengaño es, después del ya superado cigarro, un gran vicio que poco a poco he ido controlando.

El tercer año, muy ligado con las consecuencias del segundo, estuvo marcado significativamente por aquellos recuerdos y acentos que se suscitaron y le quitaron polvo a la memoria. Recordé a mi madre como los dos años anteriores no lo había hecho, e incluso, me di cuenta que en ningún momento había estado dispuesto a cerrar el ciclo o a cortar con mi pasado como miles de millones de personas me sugirieron o me han sugerido.

¿Qué es eso de cerrar el ciclo o cortar con el pasado? Sigo fracasando en eso. Es decir, a medida que pasan los días más me aferro a mi pasado, a mi madre y a esas cicatrices que recuerdan lo bueno y lo malo del camino, sin dejar de ser eso, un formidable camino. Desde la buena onda budista, todo el catolicísimo y/o cristianismo posibles hasta las idas esporádicas en busca de ayuda profesional, se me ha sugerido hasta el cansancio que acepte el pasado pero que no tiene caso traerlo al presente. Insisto, he estado dispuesto y sumamente agradecido por los intentos.

Para quienes tuvimos eventos traumáticos en la infancia, dígase abusos o accidentes que rompen o rompieron con la continuidad del crecimiento “normal”, el no vivir en el pasado resulta una tarea extenuante. Los traumas generan disociaciones y posiblemente hay cosas que se olvidan pero otras se colocan en cada parte del cuerpo y del alma: queman, sacuden, hierven todo el espíritu y toda la memoria. No sabemos ni quiénes ni qué somos.

Andamos con los pasos ocultos, con nudos de dolor y hartazgos en las lágrimas.

Después de mi trauma infantil que desencadenó disociaciones complejas, fue mi madre quien, producto de su amor, me salvó con la magia de sus abrazos. Aun cuando tuvimos discusiones infinitas y llegamos a pelearnos incontables veces, en mi madre siempre brilló el amor no sólo a su familia, el amor a todo. No tengo la menor duda de que esto sea por la falta de amor que vivió en su niñez. A ella la pusieron a trabajar desde los cuatro años. El abuelo, preocupado más por su masonería y sus vicios, despertaba a mi madre de forma violenta para que fuera a trabajar en la panadería de su padre. Después, mi madre tenía que ir a la escuela y regresar, una vez más, a trabajar. Así hasta que entró a la universidad, conoció a mi padre, bailaron y se enamoraron y crearon ambos una familia encausada hacia el amor. Recuerdo que ella, junto con mi padre y mi hermano, escuchaban todas las noches a los Beatles y era más que obligado tararear “All you need is love” y sonreír. Eran nuestras canciones de cuna. Sí, mi mamá era hippie de adolescente, cuando podía se escapaba de las manos masónicas y crueles de mi abuelo y se iba a cantar a una estación de AM. Mi madre leía hasta las imposibilidades del insomnio y se involucraba con todo, le encantaba la política, hizo huelgas en su facultad de estudiante y también como maestra. Le desagradaban las injusticias y a todo mundo apoyaba, a todo mundo podía darle aquello que se necesitaba, decía que donde comen uno comen miles y hacía maravillas para sanar dolores impensables de amigos y hasta de los que se declaraban sus enemigos. También era mal hablada, pero como decía ella, de forma amable.

Así que puede uno imaginarse que tuve como madre a una hippie-política-poeta-altruista- dentista y mal hablada amablemente y representaba todo un universo de ideales y de amor.

Hace tres años le detectaron cáncer pulmonar con metástasis en todos lados y a los tres meses falleció. A ella le gustaba Gustavo Cerati y cuando supo que falleció se puso triste y en su compasión dijo que era lamentable, que pobre muchacho, que qué tristeza por su familia y lo decía con el cáncer acabándola. A la semana ella falleció.

En esos tres meses conocí la fortaleza del alma. Mi madre se resistía a morir. Luchaba silenciosa, con oraciones, con sonrisas livianas. Escuchaba a los Beatles y mi padre le tocaba la guitarra observándola en su despedida inevitable. Rodeada de amor y de sueños, mi madre aguantó quimioterapia, dosis de calmantes, medicinas para el dolor y desvariaba y ahí encontraba todos los futuros e imaginaba visitas de quienes no estaban o ya no podían estar.

En una ocasión a mí y a mi hermana nos habló de un árbol gigantesco, nos hizo señas, nos dijo que lo viéramos (estábamos en el cuarto de mi madre donde no había ningún árbol) y sólo reímos. No entendíamos nada sino hasta el entierro donde un árbol gigantesco le da toda la sombra y la rodea de eternidad.

Más que olvidar el pasado o no traerlo a colación en el presente creo que se trata de hacer las paces con ello y entender que, inevitablemente, la vida es así sin querer decir que no es doloroso y es válido sufrirlo y continuar.

Siempre bella y en su calma reinante, mi madre falleció el 13 de septiembre del 2014 regalándome también el amor y el vacío, la distancia y la esperanza, la ausencia y los suspiros.

Siempre intento reconstruirlo todo y regresar a ella. Sobre todo cuando las pesadillas no se aminoran o las sombras que causaron cicatrices intentan entorpecer los pasos presentes. Regreso a ella leyendo sus escritos, escuchando su música, también suspendiéndome en su rostro detenido en fotografías, también en los recuerdos de la familia o de quienes la conocieron, la quisieron o de quienes fingen haberla conocido.

Creo que también es linda la memoria, también el pasado (con todas sus densidades e intensidades) y si bien nada es para siempre mi mamá le apostaba a lo que podría ser todo lo trascendente: el amor. “All you need is love” y “siempre es hoy”.

“Jai guru deva om Nothing's gonna change my world”

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