Tuesday, 16 de April de 2024

Escribir distancias

Por Rolando Ochoa Cáceres / /

 

panza identifi

Me encontraba bebiendo café y leyendo 2666 de Bolaño. También estaba nublado. También sonó mi teléfono. También permanecí un tiempo detenido ahí, donde bebía café y leía 2666 de Bolaño.

El sábado pasado había despertado no muy audaz. En realidad tenía una pereza inconcebible. Me sentía realmente cansado y el ánimo apenas podía pescarlo.

Después de bañarme y después de hacer todo el ritual para vestirme y de darle de comer a mi perro salí a caminar con dirección al café con el libro de Bolaño y con los audífonos puestos. Entonces comencé a acordarme de ella, descubrí que con los pasos que iba dando todo se sucedía hacia atrás, hacia el recuerdo en el que estaba con ella tomando café y ella bebía jugo. Estaba nublado esa vez como lo estaba mientras estaba caminando y la recordé ya distante y también no tan ajena.

Seguí caminando recobrando todo el aliento posible y haciendo a un lado esa pereza inconcebible con la que había despertado.

Dice Regina Brett que el secreto de la vida es elegir la vida, algo así como el “choose life” de Trainspotting pero un poco menos New Order. Coincido con ello pero, ¿cómo elegir la vida? ¿Cómo decidir en la vida? También se improvisa. También se presiente.

Cuando llegué al café dejé el libro en la mesa (pidiéndole a la mesera que le echara un vistazo mientras volvía) y al entrar al baño me di cuenta que me había abotonado mal la camisa, es decir, durante toda mi caminata andaba trayendo una camisa a la vista chueca pero eso sí, bien planchada. Al notar eso comencé a reír. Me dije que debía de poner más atención pero también disfruté de mi falta de atención en la mañana. Así que volví a abotonarme la camisa y ya en mi mesa pedí el café y un pan con chocolate.

Abrí el libro de Bolaño y en “La Parte de los Críticos” ciertos pasajes me hicieron recordarla a ella. Al lado de cada pasaje escribí también su nombre y una breve memoria, como no queriendo perder el recuerdo o la vida de ese recuerdo.

Entonces pensé en aquellas caminatas larguísimas que dábamos, en su risa leve, en esas pláticas en los museos sin apreciar las obras (estábamos juntos y eso parecía mejor), en los juegos de palabras y también en las distancias que nos depositábamos.

Volví a ese momento en el que yo bebía café y ella jugo y que estaba nublado y en el que había pensado en decirle ese infinito que sucedía dentro de mí, que generaba todas las ilusiones, que generaba todos los encuentros y no creía en los adioses indirectos. La veía a ella también sonriéndome, quizá esperando eso o quizá sólo estaba sonriendo a lo que intentaba decir pero que estaba conteniendo. La veía sabedora de mis impulsos. Tenía la piel clara y en sus ojos se suponía el encuentro. Estaba un tanto despeinada. No quise atreverme a decirle el infinito, me sentía flotando hacia todos los lugares pero también deteniéndome en ella. Me dije que no (No) y platicamos de viajes, de Queen, de Wilde, de la canción de Aqua “Barbie girl”, de religión, de nuestros auto-sabotajes, de lo difícil que es despedirse... Después caminamos de vuelta, después era de noche y nos despedimos sabiendo ya los momentos de ausencia. Todo colapsaba ahí, en esa noche donde también todo iniciaba. También quería abrazarla y mientras se iba pasaba por mi mente esa vida que éramos ella y yo, esa vida que se dibujaba inevitable, esa vida que también se distanciaba o era yo distanciándome o era ella alejándose o era la vida insinuándose también en la separación inevitable.

Después no supimos nada de ninguno en un tiempo. Andábamos ambos de viaje y quizá queríamos no saber lo suficiente.

Todo se reanudó. Una vez más los regresos al trabajo. Los regresos al mundo ya sabido. Otras oportunidades. También otras lecturas. Sólo fotografías, también el perfil de Facebook sin actualización. Quizá alguna canción. Quizá alguna foto de un lago o del mar o de ella leyendo. Todo pasaba también inconcluso.

Y así estaba yo en el café leyendo 2666 de Bolaño y empezó a sonar en mi cabeza la canción de Aqua “Barbie Girl” ya que mis alumnos habían montado un show de inglés en esa semana con esa canción. Comencé a tararearla y recordé que mientras caminaba con ella la cantábamos riendo y burlándonos también. Ella decía que era difícil olvidar esa canción y yo continuaba cantándola hasta su desesperación.

Volví a Bolaño y encontré lo siguiente en “La Parte de los Críticos”: “La casualidad no es un lujo, es la otra cara del destino y también algo más”.

Entonces ocurrió que sonó mi teléfono, entonces vi que era ella y, en su tono inconfundible de ligereza y aturdimiento me dijo que llevaba dos días sin sacarse de la cabeza la canción de Aqua, que debería culparme y entonces reí, le dije que yo llevaba el mismo tiempo escuchándola porque mis alumnos habían preparado un show de inglés con esa canción y así platicamos un par de horas, también inconclusas, ambos lejos, ambos en la memoria y en mi indecisión, como dijera Regina Brett, teniéndolo todo pero no todo a la vez.

Nos despedimos y estaba yo en el café leyendo 2666 de Bolaño y estaba nublado. Y cerré los ojos aceptando también ambas lejanías. Y comenzó a llover y en mi mente éramos ambos y los adioses entrecortados.

Y cerré el libro. Y pensé en ella. Y llovía y sonaba “Who you love” de John Mayer.

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