Thursday, 25 de April de 2024

La decadencia de Occidente

Por Roberto Giordano Longoni Martinez / /

A todos los que vivimos en los continentes periféricos (comprendiendo a Europa como el centro y a Asia, América, África y Oceanía como la periferia) se nos a condenado, histórica, ontológica y moralmente a pertenecer a la llamada “cultura occidental”. Esta herencia tiene su supuesto fundamento histórico y cultural en Grecia (por que al parecer para la historia oficial culturas como la China, los árabes, los egipcios o los hindúes no merecían ninguna importancia). La “polis”, el “demos” o la “sofía”, son solo algunos de los conceptos que han permeado y enraizado en nuestro paradigma de un modo casi dogmático que no da margen de acción para cuestionarlos. ¿Quién se atreve hoy en día a cuestionar que la “democracia” es el sistema político ideal para todas las naciones?; ¿Quién sería el insensato que podría poner en duda que la política debe necesariamente ser una acción del Estado?; ¿Qué intelectual o filósofo que se digne de serlo podría negar que la filosofía y el pensamiento que de ella emana tiene otro origen más que Grecia, Roma, el Renacimiento y la Ilustración?

Por supuesto se dan los casos, y no es extraño que estos cuestionamientos vengan, por ejemplo, de la periferia latinoamericana o africana. Intentos como los que surgieron gracias a la Filosofía de la Liberación o el la Filosofía Descolonial, son solo algunos signos de pensamiento crítico que cuestiona los conceptos “universales” de historia, de filosofía, de ética, de justicia, de política e incluso de cultura. Para pensadores como Enrique Dussel o Franz Fanon es claro que hay un intento por imponer un paradigma, un ser, un relato; ajeno al de cada uno de los pueblos. Entonces, nuestras leyes no valen, por que las válidas son las romanas. Nuestro pensamiento no vale, por que no es Griego. Nuestra historia no vale precisamente por que no es nuestra.

El historiador Edmundo O’Gorman se cuestiona en su genial libro/ensayo: “La invención de América”, si no es acaso la historia de América y su supuesto descubrimiento un discurso elaborado y maquinado para legitimar la dominación y crear una identidad, que más que ser lo que somos, nos enseña e impone lo que el poder, el centro, quiere que creamos que somos. (Mano de obra barata, ignorantes, esclavos, inferiores).

Valdría detenernos en este análisis y preguntarnos ahora, ¿Qué sentido tiene que nos cuestionemos todo esto?; ¿No ha demostrado la historia que de cierta manera, bajo los preceptos y valores occidentales funcionamos de una manera más o menos buena? Debemos comprender que este entramado epistemológico, estos preceptos occidentales, son los causantes de que vivamos en un sistema que comenzó con la liberalización del mercado, pasando diversas etapas como el capitalismo, el imperialismo, el colonialismo y el neoliberalismo. En este marco es donde son posibles la inhumanidad, la violencia y la atrocidad características de nuestra época.

Aristóteles creía que “todos los hombres tienden por naturaleza al saber”. Alumno de Platón, maestro del que pasaría a la historia como Alejandro Magno, Aristóteles creía que era por el asombro que los seres humanos comenzábamos a filosofar. En este sentido, él defiende la que después sería una visión tradicional de la filosofía y los sistemas de pensamiento. Igualmente difícil es comprender o cuestionar que la filosofía más que un desinteresado “amor por la sabiduría”, es también la que legitima la dominación, la opresión, la no-identidad y la marginación. Es decir, la filosofía y la política también son situadas y por ende, responden a referentes e intereses locales, ideológicos y geopolíticos.

No debemos olvidar que Aristóteles se ganó el status de “ciudadano” griego, (que solamente podían ostentar y merecer los que fueran varones, griegos, adultos y ricos; excluyendo a las mujeres, niños, personas supuestamente “enfermas o “imperfectas”) debido a la situación privilegiada de su familia, por que, en sentido estricto, Aristóteles era Macedonio. Justamente de la Macedonia que hoy tiene cerrada sus fronteras a miles de migrantes refugiados, no por iniciativa propia, sino por orden del poder central de Europa. En la periferia europea, en la Macedonia de Aristóteles, cientos de refugiados marginados, negados, están siendo reprimidos, torturados, masacrados. Para ellos no existe y no hay “polis”. No tienen derecho a formar un “demos” digno. Tampoco, al parecer del poder, tienen algo que decir o algo que pensar. Ellos para la parafernalia de occidente no merecen ser “ciudadanos” ni pertenecer al sueño (¿fraude?) civilizatorio.

Más allá de cualquier análisis sesudo o detallado, la realidad nos explota en la cara. Las imágenes son crudas, precisas. Un hombre carga a su hijo mientras la policía los golpea. Ambos usan su suéter de cubre bocas. La parte que queda descubierta la tienen cubierta de pasta de dientes para evitar los efectos lacerantes del gas pimienta. Parece claro que más que en el paraíso al que nos dijeron llegaríamos, estamos ante la franca decadencia de Occidente, con todo lo que eso conlleva, arrastra y significa.

Con razón profética predicaba Zaratustra: “¡Dios (occidente, la filosofía, la dominación, el poder, la moral, los valores) a muerto!” (¿Qué vamos a hacer con el cadáver?) 

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