Todo el mundo sabe que Hitler se suicidó junto a Eva Braun, la mujer que amaba, el 30 de abril de 1945. Pero no muchos conocen lo que pasó después. La cosa fue así: ambos ingirieron cianuro, una sustancia letal que atacó con rapidez su organismo. Terminaron agonizando en una habitación mientras su país era bombardeado. Hitler quedó en posición fetal y con una mueca en el rostro, producto del balazo que se había dado antes de que el veneno lo inhabilitara. Eva Braun no alcanzó a jalar el gatillo de la pistola y quedó acostada en un sillón.
Luego de 15 minutos de que murieran, entraron los asistentes del Führer y encontraron los cuerpos. Ellos los cargaron para llevarlos al patio de la Cancillería, donde los depositaron en un agujero de obús. Ahí les rociaron gasolina y les prendieron fuego. Sin embargo, un bombardeo ruso interrumpió esa rápida ceremonia y los cadáveres no alcanzaron a desintegrarse. Ante esta complicación, los funcionarios nazi no tuvieron otra salida que enterrar superficialmente al hombre y a la mujer.
Los rusos encontraron los cuerpos un 9 de mayo, pero no entregaron mayor información. Eso hizo que se crearan mitos sobre la desaparición del mandatario alemán y su esposa. La historia quedó incompleta por bastante tiempo, hasta que finalmente los rusos confesaron lo que había sucedido. Resulta que el 13 de marzo de 1970, Yuri Andrópov, presidente de la KGB, pidió autorización para destruir los restos de Hitler y de otras personas que fueron enterradas en una base militar secreta una vez acabada la guerra.
Lo que Andrópov quería, era desenterrar y destruir físicamente los restos de criminales de guerra. Y sobre todo de Hitler, ya que, de saberse su localización, el lugar se convertiría en un destino de peregrinación de los adoradores del ex líder nazi. La exhumación y posterior destrucción se realizó un 4 de abril de 1970. La misión se le encargó a un departamento de la KGB. Los restos fueron quemados en un campo de la ciudad de Schönebeck, luego las cenizas y restos fueron arrojados al río Biederitz.
A pesar de que los cuerpos fueron incinerados, el Archivo del FSB afirma que se guarda una parte de la mandíbula de Hitler y unos fragmentos del cráneo. Estos restos son de mucha importancia, ya que es lo único que queda del temido político alemán.