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El gobernador Rafael Moreno Valle parece cargar con la misma cruz que el presidente Enrique Peña Nieto: el desprecio popular. Por eso ambos se ven obligados a tomar medidas caprichosas para evitar que su imagen se deteriore aún más entre sus gobernados.
La Presidencia de la República montó un operativo inaudito para la noche mexicana en el zócalo de la Ciudad de México y los gendarmes catearon, incluso, a niños, niñas y ancianos para permitirles el acceso a la Plaza de Armas.
En Puebla, el escenario casi se repitió. El gobernador poblano se vio en la necesidad de contratar acarreados, plañideras y gritonas para evitar que la raza se saliera de control y llovieran, mentadas, rechiflas, reproches, abucheos y los temidos gritos de: ¡Asesino, asesino!
Hoy, después del resolutivo de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y de la rectificación de que al niño José Luis Tehuatlie lo mató un proyectil policiaco, el temor de Rafael Moreno Valle a la ira popular es proporcional al número de acarreados que llevó a su primera aparición masiva.
A partir de este momento, donde sea que Moreno Valle pise estará rigurosamente controlado porque hoy Puebla es gobernada por un mandatario que se muere de miedo.